Hoy llegué al metro y bajé al andén. El tren estaba parado, toda la gente fuera y los de seguridad despejando. Se había estropeado, justo en mi estación y hacia el sentido contrario. Es decir en mi dirección funcionaba, pero desde la siguiente parada. No sé que tiempo estimaban para su reparación, pero no me ha apetecido demasiado quedarme a ver como el anden continuaba llenándose de gente.
He salido a la calle, he decidido que en lugar de coger la misma línea una estación más allá, por si las moscas, cambiaría de línea y luego haría el transbordo -también sirve trasbordo, me lo ha dicho la rae- correspondiente. Así que he vuelto a sintonizar la radio -aprovecho para reivindicar cobertura radiofónica dentro del metro-, he mandado un mensaje a una compañera para que supieran que llegaba un pelín tarde, y he alargado mi paseo matutino en unas cinco manzanas más.
Os cuento todo esto porque, como en el anuncio de donuts, hay dos maneras de ver las cosas y yo desde hace un tiempo a esta parte, intento cogerlas por el lado inofensivo. Es decir, aspiro a lograr diariamente la fórmula: cabreos gratuítos = cero pelotero.
Es una buena fórmula y funciona.
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