Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

domingo, 22 de abril de 2012

Toda una vida...


Y ahí estaba, tumbado en el suelo, con cara de desconcierto. Esperaban a que llegase el SAMUR. Puede que solo hubiese tardado unos minutos en recobrar el conocimiento. Pero habían sido unos minutos eternos.
Les alertó un desconcertante ronquido y las dos mujeres le encontraron tumbado boca arriba, como dormido, en el suelo. La de menor edad, la hija, se quedó parada y solo fue capaz de marcar el 112 de su móvil. Fue la mayor, la esposa, la que se tiró al suelo sin pensarlo e improvisó unos primero auxilios intuitivos.
Por fin había abierto los ojos. Se había querido incorporar pero, por consejo del médico con el que les pasó la operadora del 112, le habían ayudado a recostarse de nuevo en el suelo. Le pusieron un almohadón bajo la cabeza. Desde esa posición, respondía a las preguntas que las dos mujeres le hacían con el fin de averiguar si era totalmente consciente de dónde se encontraba y porqué.
Y él, con cara de perplejidad, la miraba. A ella, a su compañera de toda la vida. Se agarraba a su tobillo, quizás buscando algo seguro a lo que asirse, tal vez intentando tranquilizarle a ella, o puede que una mezcla de ambas cosas.
Y en ese intercambio de miradas, en esos minutos eternos, lo dijeron todo sin cruzar una sola palabra trascendental. “Toda una vida…”, en versión Los Panchos, llegó volando, para ponerle banda sonora a aquella escena que la hija observaba, en silencio, disfrutando de lo hermoso de aquella complicidad ajena, tan completa, tan sólida.

(Única versión encontrada)

martes, 17 de abril de 2012

Conversaciones ajenas ¿I?


Comunidad de Madrid. Autobús interurbano. 17:30 horas. Voz masculina audible en un radio de seis asientos, por lo menos. “Lola, sí, llamele usted a Andorra y me pasa la llamada a este teléfono que es el móvil español”.
Vaya, me digo para mis adentros, como está el patio, grandes ejecutivos viajando en autobuses verdes. Despistada por la falta de bidireccionalidad de mis pabellones auditivos, hago un barrido esperando encontrar un ejecutivo agresivo despojado, debido a los recortes, de su coche de empresa.
Localizo al sujeto. Boina negra, bigote y barba canosos, chaqueta verde loden y pinta de jubilado con experiencia…
Eficaz secretaria, en tres segundos nos encontramos compartiendo conferencia, como si se tratase de una “conference call” que decían en alguna de esas empresas en las que pase algunos años de mi vida.
“Tienes que mandarles un escrito para comunicarles de manera oficial que estás interesado… ya lo saben, pero para que sea algo formal…, lo antes posible... sí, claro... es que esos son puestos muy jugositos… sí, sí, … hay tortas. Mejor hoy que mañana… Es que no me acuerdo quien lo lleva ahora, antes era Fulanita Pérez, sí, pero ella está ahora de Directora General. Ahora debe estar Menganito Fumé… y luego, pues ya sabes, Batracio Jiménez, Roque Toquete… Sí, es que los ministros ya sabéis como sois. El asunto está así…”
Ni despacho, ni coche oficial, ni restaurantes de lujo. No hay nada como un móvil, una voz firme y una conversación a volumen auditorio para marcar la diferencia.

miércoles, 11 de abril de 2012

¿Cus-cus? Non, je ne suis pas.


Receta creativa de una no practicante I.

Ingredientes para una persona:

Sémola de trigo                          1 tacita de café
Tomatitos jugosos                      De los 3 que hay en la nevera los que no están estropeados
1 Calabacín entero                     No vas a usar menos
Queso emmental rallado            Al gusto y a pellizcos
Jamón de York                          Una lonchita vale

Cocer la sémola y el calabacín por separado. Cuando estén listos verter la sémola en un recipiente, añadirle el queso rallado hasta que se funda. Cortar el jamón, los tomates y el calabacín en trocitos y mezclarlo todo. Aliñar al gusto.

Comentarios: si el calabacín tiene un toquecillo amargo guárdalo para una tortilla de idem. Si decides echarlo, escúrrelo bien. Si eres de gustos simples quédate en el momento en que mezclaste el queso, no necesitas más.

No te lo comas todo o tendrás pesadillas.

Recuerda, este es un plato para comer en la intimidad. No se te ocurra invitar a alguien y sorprenderle con esto.

Si has decidido probar suerte: ¡Qué lo disfrutes!

martes, 10 de abril de 2012

El descartador de cartas


Tristán sabía que aquello era un delito. Pero no le importó. Esas cartas le habían quemado las manos nada más verlas. Papel de alto gramaje, color crema, y dirección escrita a mano. Con plumilla. Caligrafía inglesa. Inconfundibles aquellas emes grandes que encabezaban el remite.
Más que emes parecía un acueducto.
Con esa frase tan tonta, le había robado él a ella una sonrisa cinco años antes. Una de esas tardes en que Marisa se sentaba y repetía una y otra vez los ejercicios del taller de caligrafía. Al principio, se apuntó por capricho y al final había convertido aquel hobby, al que llegó por casualidad, en su negocio. Marisa en seis meses tenía la agenda llena de encargos y pudo dejar aquel obtuso puesto de teleoperadora que le hacía llorar a escondidas al menos una tarde a la semana. Marisa ponía nombres en diplomas, escribía invitaciones para VIPs a los más diversos actos y, sobre todo, "hacía" los sobres de las invitaciones de boda.
Marisa soñaba con escribir sus propias invitaciones algún día, pero Tristán siempre pensó que aquello iba en broma. Lo suyo funcionaba. Vivían juntos, pero eran libres. Él no quería de momento un compromiso perpetuo. Ni tener hijos.
Nunca pensó que para Marisa aquello fuera tan importante. Si lo hubiera sabido... Quizás podría haber evitado la primera discusión, o su tono burlón en aquella primera discusión. Porque después de aquella vino la segunda, la tercera, la cuarta..., hasta que perdió la cuenta. Una tarde se encontró parado en la puerta, viendo como ella desaparecía escaleras abajo con su última maleta. Había sido todo tan rápido. O tan lento. Cuando se dió cuenta de que no era aquello lo que él quería ya no supo como dar marcha atrás.
Durante algún tiempo supo algo de ella, e incluso quedaron un par de veces. Pero cuando volvía a casa se daba cuenta de que aquello era absurdo. Así que un día alguno decidió que era mejor que no se viesen. No supo nada de ella durante un año o año y medio. Hasta que una mañana, encontró un montón de pequeños sobres color crema, dirigidos a altos directivos, al volcar la saca del buzón 54 del distrito 12.
Siguiendo su pista localizó la nueva vivienda-oficina de Marisa. Y una tarde se apostó en una esquina. Varias tardes. De esta manera le conoció a él. Se llamaba Ulises, eso ponía en el buzón que compartían. Típico de Marisa. Marisa nunca hubiese salido con un Juan, un Carlos o un Pablo.
Desde entonces puso mucha atención cuando volcaba la saca del buzón 54 del distrito 12. Hasta que aparecieron esos cincuenta sobres grandes. Papel de alto gramaje, color crema, y dirección escrita a mano. Con plumilla. Caligrafía inglesa. Inconfundibles aquellas emes grandes que encabezaban el remite.
Más que emes parecía un acueducto.
Cogió los sobres y los metió en la siguiente saca. La escondió debajo de la mesa y en el cambio de turno consiguió escabullirse de la sala con el saco, sin que nadie lo advirtiese. Bajó al garaje. Guardó el botín en el maletero de su coche y salió de allí con la sensación de estarse fugando de Alcatraz.
Tres horas más tarde. Después de dar vueltas y más vueltas, sin sentido, por la M-40, cogió el primer desvío que encontró. Había anochecido. Paró el coche junto a un descampado, a la entrada de un polígono. Bajo del coche, cogió la saca del maletero y vació su contenido en la ladera de un montón de cascotes. Luego empujó con sus pies algunos trozos de yeso que había en lo alto, intentando ocultar el cuerpo del delito.
Volvió a casa y se echó en la cama. Le despertaron unos fuertes golpes en la puerta. Cuando se levantó a abrir, todavía mareado, se encontró a su portero, a su inmediato superior de la central de Correos y a dos agentes de policía mirándole con cara de interrogación.
Después se enteró de que habían pasado tres días, durante los cuales la fiebre debió dejarle fuera de juego, que estaba suspendido de empleo y sueldo, y que existía una denuncia contra él.

Relato ficticio e improvisado basado en un hecho real que me hizo sonreir ayer cuando oía las noticias. 

miércoles, 4 de abril de 2012

Tiempo inestable



Dicen que nunca llueve a gusto de todos, y seguro que hoy mucha gente se lamenta por esta lluvia continua que impedirá la salida de muchos pasos. 

En lo que a mi respecta, y con perdón, tan contenta ando asomándome a mi balcón serrano. La temperatura es ideal, el paisaje inmejorable y el olor de la lluvia bastante inspirador.

Me asomo, de vez en cuando, mientras os escribo este post en directo. Estoy al acecho del menor descuido atmosférico. En cuanto la cortina de lluvia pase a la categoría de calabobos, sin ningún complejo, me lanzaré a la calle. Me dejaré envolver por este día húmedo, nebuloso, brumoso… pero para nada gris.



Y si mi tendencia al romanticismo me ha engañado y vuelvo tiritando y calada hasta los huesos, ya tengo preparado un guiso calentito y un baile tribal para festejar el momento en que el hombre llegó a dominar el fuego.

Lo que me espera...

En serio, mira al cielo y da gracias por toda esa condensación atmosférica que se precipita sobre tu cabeza. Os dejo, creo que ha llegado mi momento... voy a regarme.