Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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viernes, 31 de enero de 2020

Panphila de Atenas y la teoría del mínimo

Panphila de Atenas, siglo V. a. C, hetaira, maestra inspiropatética amadísima por sus discípulas, admirada por sus discípulos e inventora del columpio.

Encaramada en este ingenio de sencillo funcionamiento biomecánico, Panphila filosofaba, en soledad o compartiendo sus pensamientos con sus alumnas. Algunas de sus grandes teorías surgieron en altura creciente y cristalizaron al tiempo que su persona efectuaba perfecto looping columpístico.

Dicen que en esta posición esbozó su prestigiosa Teoría del mínimo y que, tras aterrizar de un salto que la depositó perfectamente erguida en el centro del corro formado por sus alumnas, articuló un simple: "¡Equilicuá!" Así era ella de modesta.

La teoría del mínimo es muy simple: "En toda relación hay un mínimo exigible para que sea recíproca y, por tanto, valiosa: la otra persona se preocupa sin darse cuenta y sin esfuerzo por tu felicidad, es decir, por que tú estés bien."

De lo que se deriva una concatenación de axiomas:
1.- Todo lo que supera el mínimo es un regalo, como tal es bienvenido.
2.- Todo lo que queda por debajo, es un absurdo, una Skatá (Σκατά), es decir, una merde (según google translator).
3.- Nadie quiere una Σκατά
4.- No, imposible, no quieres a alguien que no cumple con la teoría del mínimo.

- ¿Ergo? Le pregunto a Mel que me acaba de dar una de sus maravillosas clases de historia postiza (está todo en wikifalsia, me dice, lo puedes comprobar).

- Ergo, caminemos.

Me encanta Mel, es tan peripatética.

domingo, 26 de enero de 2020

Pandora


Llámame Pandora, me dice Mel.

¿Estás furibunda?

No, jajaja, le entra la risa floja, mi yo Pandora no es exactamente así. El baulillo de mi Pandora es diferente, no guarda allí tormentas, ni huracanes destructores.

Mi baulillo suele permanecer con llave, no se abre a menudo, pero en ocasiones, llega alguien, me descuido y ¡bum! con solo rozar la llave se escapan y ya no los puedo controlar, me envuelven, hacen espiral de tornado a mi alrededor y me elevan; se me escapan los te quiero, las caricias, las sonrisas, la empatía desbordante, el optimismo y la esperanza y el ahora sí, por fin, qué liberación.

Y luego, ¡pum! me estampo y toca recoger esas chispas de cuore luminosas y brillantes y luchar para meterlas de nuevo en el baúl. ¡Qué lástima!, ¡qué dolor!, ¡son tan monas!

Ya las tengo, me siento sobre el baúl, qué tranquilidad. ¿Qué ocurre? Se agitan, saltan, empujan, pugnan por abrir. No sé si podré contener la tapa mientras me esfuerzo por echar la llave. A ver, casi la tengo, intento girar... ¡nooooo!, se han vuelto a escapar, flotan, me rodean y ahí estoy, en el suelo, sentada con las piernas abiertas y estiradas, llorando como una niña.

Dejadme, dejadme un rato llorar, en un momento me levanto y empiezo de nuevo a recoger, una por una. En unos días, un par de semanas, quizás un mes lo lograré, volveré a cerrar el baúl, me pondré de nuevo la coraza y entonces podréis decir de nuevo: mira, allá va Pandora, la impasible, la exigente, esa tía rara que siempre camina sola.

¿Y tan a gusto?

Bueno, pues tan a gusto...

domingo, 12 de enero de 2020

Madrid me da la vida


Es curioso que en plena alarma de contaminación Madrid tenga este cielo tan luminoso en los días de sol. Es un misterio, ¡ay!, el cielo de Madrid.

Y yo me pierdo, o me reencuentro, mientras recorro las calles del centro. Mis pasos se aceleran al tiempo que se hacen más ligeros. Mis zapatillas aladas se ponen en modo muelle y mi cuerpo camina ligero, ritmoso, animado. Se me eleva el espíritu, desaparecen las sombras y toco el cielo con las manos, con la sonrisa, con los ojos, con todo mi cuerpo.

2020 ha llegado entre luces y sombras y yo elijo las primeras. Un solo propósitos de nuevo año que sé que sí cumpliré: ser consciente, al menos un minuto al día, de la maravilla de estar en el aquí y ahora de ese momento, levantar los ojos al cielo y dar gracias, dar gracias por ese momento intrascendente lleno de trascendencia. Quizás suene a tópico, o infantil, pero pienso que la felicidad se encierra en esos pequeños momentos de "elevación" espiritual, anímica, vital, que te ofrece de pronto una lectura, una idea, una conversación, un cafetito al sol, mirar mis montañas, caminar por ellas, abrazar a alguien que no has visto hace tiempo, o que viste ayer... y pasear por Madrid sintiéndote parte de ella. A mí Madrid no me mata, me revive.