Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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martes, 28 de mayo de 2013

El misterio de la lechuga VIII: Nos vamos de rositas


Por fin parece que Mel reacciona. Se dirige hacia el ventanuco. Entre las dos apilamos tres cajas de conservas para que nos resulte más cómoda la salida. Primero ella y luego yo, nos encaramamos al ventanuco y nos dejamos resbalar hacia el bidón de cerveza vacío que sigue apostado contra el muro exterior.

Una fuerza mágica parece guiarnos porque, a pesar de lo dificultoso que es dejarte caer de cabeza hacia un bidón vacío y no partirte los dientes en el intento, las dos alcanzamos el exterior con los pies sobre el asfalto y el cuerpo intacto. Aún más, el bidón permanece en su sitio, sin que ningún ruido haya podido alertar a nadie de nuestra huída. Una de dos, o acabamos de aprobar con nota el curso acelerado de espías como nosotras o el ángel de la guarda de alguna de las dos renunció a la jubilación en su día. Sea lo que sea doy gracias a Dios y me hago el propósito de no olvidarme de hacer alguna buena acción, de aquí a tres días como mucho.

La suerte nos sigue acompañando. Conseguimos meternos en el coche mientras esa parte del polígono continúa desierta. A pesar de todo no logro convencer a Mel de que me deje conducir a mí.

- No digas tonterías, Maru, es mi coche y yo conduzco.
- ¿Estás bien?
- ¿Por qué no voy a estarlo?

"Ay, madre, negación de la evidencia, simulación de que no ha pasado nada, te conozco Mel, sé que cuanto más tardes en explotar más vueltas le darás a la cabeza y más tiempo durará tu discurso de autoanálisis, reflexión, determinación y propósito de enmienda de cara a futuro. Por favor, por favor, que no sea el día que tengo entradas para ir al teatro." Naturalmente pienso todo esto pero no digo nada, yo también tengo mi vida interior. En lugar de eso:

- No sé Mel, te acabas de enterar de que ese tipo tan maravilloso y excitante con el que has estado saliendo las últimas semanas no es más que un mentiroso compulsivo. Por cierto, está un poco fondón.
- Mira Maru... Mel se aproxima con los ojos incandescentes.

"No, por favor, aquí no, vámonos de aquí, no quiero tener que explicarle a la policía por qué nos hemos colado de noche en un almacén privado. ¿Qué les podríamos decir: estábamos investigando el robo de unas hojas de lechuga, nos puso sobre la pista un detective que resultó ser el dueño de la empresa al cual han arrestado y nos ayudó a escapar una tía que tiene una granja de caracoles en el sótano?" Eso es más o menos lo que pasa sobre mi aturdida cabeza, pero antes de que pueda hablar otro acontecimiento tipo encuentros en la tercera fase se sucede.

Mel se lanza sobre mí. Me pone una mano sobre el pecho derecho y me besa en la boca. "Qué c... pasa, se ha vuelto loca, Mel ha sufrido desengaños mucho más grandes y nunca se le ha ocurrido cambiar de bando. Y además ¿yo? Vale que una no está mal, pero nos conocemos de toda la vida, una no puede decidir que ahora le gustan las mujeres y lanzarse sobre su mejor amiga, sobre todo si ayer mismo tu amiga y tú habéis estado sentadas frente al parque de bomberos comiendo pipas y poniendo nota a los efectivos del barrio. (Sí, es un poco adolescente, pero es una tradición que mantenemos desde que íbamos al instituto, y hay tradiciones que tienen su encanto). Eso no se le hace a una amiga..."

De pronto unos golpes suenan contra el cristal de mi ventanilla. Me vuelvo y me encuentro a un policía golpeando el cristal con su linterna.

- ¿Qué hacen aquí? - Nos dice enfocándonos primero la cara y luego el escote, una tras otra- ¿Necesitáis ayuda?

Lo que nos faltaba, el poli guarro...

- Yo... nosotras... esto, verá agente - tartamudea Mel, sin alterarse, como si no hubiera roto un plato en su vida.

- ¿Qué pasa Gutiérrez?, se oye una voz al diez metros atrás.
- Nada jefe, dos tías metiéndose mano en un coche.
- Pues que se vayan rapidito, han tenido suerte, bastante marrón tenemos aquí, como para perder el tiempo con tonterías.

- Sí, perdón, lo siento mucho, no volverá a suceder - repite Mel mientras cierra las ventanillas. Arranca el coche, maniobra con cuidado para dar la vuelta y pone la radio. Al pasar junto al policía vuelve a poner su cara de mujer apaleada y temerosa y le saluda con la mano- Adiós so cerdo, mira que eres idiotaaaaaa, grita ya en la puerta del polígono mientras pisa el acelerador y sube la música a tope.

Ahora lo entiendo todo. Esta tía es genial, a pesar de que es ella la que nos ha metido en este embolado no dejo de felicitarme por haber llegado tarde el primer día de clase en quinto de EGB y haberme tenido que sentar con la nueva del pelo color zanahoria.

sábado, 25 de mayo de 2013

Compromiso de cambio


Llevo unas horas, o unos días, dándole vueltas a este post. Tengo un compromiso, conmigo misma. Sabes, querido balcón, que desde hace años apoyada en tu barandilla o en el día a día, le doy vueltas a la forma de evolucionar, de cambiar cosas, de ir afinando más y más en mi vida, deshacerme de lo que no me sirve, quedarme con lo que me gusta y encontrar aquello que me falta.

Durante estos últimos meses sabes que he estado sumergida en un curso que me ha dado muchas cosas, un montón de gente con un montón de ideas, un nuevo empujón en mi complejo de Pokemon en mutación perpetua y un espejo con las iniciales J.C. que me devuelve preguntas, me hace pensar y sobre todo me invita a actuar.

Conozco desde hace tiempo la famosa frase de Einstein: "Si quieres que sucedan cosas diferentes, deja de hacer siempre lo mismo" (no sé si la cito literalmente, pero el sentido es ese). Y procuro tenerla presente. Me corto el pelo, me apunto a cursos diferentes, agarro ideas, les doy forma, me organizo un viaje, aprendo idiomas, digo que sí a la mayoría de los planes, me doy de alta en las redes sociales, me invento nuevas salidas laborales, etc, etc, etc... En resumen, no paro.

Pero hete aquí que el otro día, por fin, me reconocí a mí misma algo que yo ya sabía. Me hace falta dar un pasito más, así que con permiso del sabio de los pelos locos mi nueva frase-objetivo es: "Si quieres que sucedan cosas diferentes, cambia tu forma de ver e interpretar la vida, cambia la forma de verte e interpretarte".

Otra vez me encuentro con tarea por delante. Pero en esta ocasión no lo voy a hacer sola, me vais a dejar que piense en mí durante un tiempo, que os pida feedback de igual a igual, que exponga alguna de mis debilidades, o mi gran debilidad sin que eso quiera decir que necesite un báculo, solo necesito unas orejas y unas respuestas, que acabe mis frases, que me animéis a que transgreda desde mí misma y desde mi visión, siempre dispuesta a ser modificada. En fin, que ya os iré contando, quizás cada vez de una forma menos críptica...

lunes, 20 de mayo de 2013

El misterio de la lechuga parte VII. Se descubre el pastel


Como era de esperar, Mel se hace la loca y no me responde. Se vuelve hacia la chica de los caracoles y empieza a interrogarla. ¿Está segura de que están hablando de la misma persona? Angel Facundo Tomé Salazar, lo repite tres veces en diferentes tonos y velocidades.

- Sí, claro, es el dueño de la empresa - contesta la chica que nos indica que su nombre es Carla y que por favor dejemos de llamarla "chica de los caracoles".

Para asegurarse, Mel saca el móvil, entra en su galería de imágenes y le enseña tres fotos a Carla. Cuando quiere Mel es una tumba, llevo días pidiéndole que me enseñe una foto de su misterioso amante y las llevaba en el móvil. Si algún día me hago espía quiero formar equipo con ella, estoy segura que sería capaz de dejarse arrancar las uñas antes de violar el más mínimo secreto.

- Sí, es él, aunque en las fotos parece más amable que en persona. ¿De qué le conoces?
- Es mi novio.
- Pues está casado. Aunque no creo que eso le importe demasiado, se comenta que está liado con más de una de la oficina.

Los ojos de Mel se van inyectando de sangre por momentos.

- ¿A qué hora entra?
- No tiene horario fijo. Le encanta aparecer a cualquier hora, y en cualquier turno. Nunca avisa, no se sabe si vendrá o no vendrá. La verdad es que tiene pinta de ser un tío muy controlador, aunque yo creo que es el típico que cuanto más tiempo esté fuera de su casa mejor...

Carla se encuentra a sus anchas. Su tono ha adquirido un cierto tinte a programa rosa de televisión. Sigue durante un rato contándonos todos los cotilleos que corren sobre el jefe por los pasillos del almacén.

Mel está que trina. Tiene la cara roja. La conozco, la rabia está inundando su cuerpo. Me dan ganas de decirle que respire hondo y aplique algunas de las nuevas técnicas de relajación que aprendió la semana pasada en ese taller titulado: "No dejes que la furia te invada". Pero está claro que todavía tiene mucho que aprender y yo desde luego no pienso mover ni un pelo, si puedo evitarlo. Está claro que yo también tengo que trabajar lo aprendido en el seminario "No es sano huir siempre del conflicto".

La tensión se masca en el ambiente. Bueno, la masco yo, porque Carla está en plan Mariñas y no se entera de nada. 

- ... eso fue en Semana Santa. Su mujer se enteró y lo dejaron. Ella se pasó al turno de noche y coincidían menos. Pero en la fiesta de Navidad del año pasado se volvieron a liar, les vio uno de los jefes de equipo, en la sala donde se corta el jamón. Bah, aquí pasa cada cosa. Yo que vosotras no comería en ningún restaurante de la cadena. Pero a lo que iba, después de la reconciliación con Merche, nos enteramos que está liado con dos más, una del turno de mañana y otra del de tarde. Yo no sé como lo hace, pero en mi equipo nos divertimos contando el día de la semana que se reúne con cada una. Ya lleva mes y medio que los domingos y los martes se pasa por el turno de noche. Y la verdad que no falla, hoy me le he cruzado yo por el pasillo.

- ¿Está aquí? Mel se levanta como una exhalación. ¿Donde está ahora? ¿Cuál es su despacho?

Como buena periodista del corazón a Carla se le ilumina la cara. Aquí hay tema, parece que piensa.

- Ven, que te llevo.

En dos segundos me veo corriendo tras ellas, escaleras arriba. Volvemos a la planta del almacén y lo cruzamos al trote. Por el camino veo que Carla va haciendo señas a algunos de los trabajadores, que también se ponen a seguirnos. Cuando llegamos al pasillo derecho de la nave somos un grupo de unas veinticinco personas que van bajando su tono de voz a medida que nos acercamos a una puerta. En una pequeña placa de plástico color negro se lee DIRECCIÓN.

- Aquí es - le susurra Carla a Mel. Da un paso hacia atrás y se pega al grueso del grupo, ahora totalmente silencioso. Mel avanza hacia la puerta pone la mano en el picaporte y entonces se monta un jaleo mortal. 

Por una parte veo como Mel gira el pomo y empuja la puerta que se abre hacia dentro con violencia. Frente a mí, al fondo de la habitación veo a un tipo fornido, un poco cachas un poco "pasado de peso", es decir el típico tipo prototipo que encandila a Mel con solo guiñar un ojo. Sobre sus rodillas está sentada una pelirroja con una chaqueta roja parecida a la que yo llevo, pero mucho más pequeña y seguramente menos olorosa. Sobre la mesa se reparte una enormidad de dinero apilado en montones preparados para ser introducidos en el maletín abierto sobre a esquina izquierda del tablero. Ángel Facundo se vuelve iracundo hacia la puerta, pero su enfado se transforma en sorpresa en el momento en que creo que descubre a Mel plantada en jarras delante de la puerta.

Por otro lado, pero en el mismo intervalo de tiempo, noto que detrás de mí el jaleo es cada vez mayor, me parece oír sirenas y las voces se convierten en griterío. De pronto noto que me empujan hacia un lado. Alguien me sujeta y por el hueco donde antes se encontraba mi cuerpo veo pasar tres tiarrones de casi dos metros vestidos de paisano y cinco policías uniformados, dos de ellos mujeres. Van armados con pistolas imponentes y a pesar de que no hace falta, pues su sola visión nos hace pegarnos a la pared como si fuéramos una sola masa indisoluble, van gritando "dejen paso, dejen paso".

Carla, con esa rapidez de reportera innata que debe portar en sus genes agarra a Mel de la mano y la aparta de la puerta. Me busca con la mirada y me hace una seña. Comprendo de inmediato, me sugiere que salgamos de allí y no me lo pienso un segundo.

Mel está aún más aturdida que cualquiera de los presentes. La agarro del brazo y me escabullo con ella pegada a la pared, hacia el cuartillo donde está el ventanuco por el que he entrado. Mientras escapamos me llegan las palabras de una de las policías.

- Ángel Facundo Tomé Salazar queda usted detenido por indicios de evasión fiscal, blanqueo de capitales, delitos contra la salud pública y corrupción...

Vaya joyita, acierto a pensar mientras empujo la puerta del cuartillo. Tiro de Mel, cierro la puerta, me quito la chaqueta asquerosa y la lanzo al otro lado de la habitación. Vamos Mel, le animo tenemos que salir de aquí antes de que la policía tenga tiempo de organizar a los empleados. En unos segundos he tomado el mando de la situación, Mel sigue en la inopia, nuestro futuro está en mis manos.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Atacaaaaaaa


Aquí andamos, dando los últimos retoques a nuestros trabajos empresariales de fin de curso. Dedicando tiempo a otros proyectos, propios o ajenos, para ir dando forma a este presente futuro.

Quizás haya agarrado demasiadas bombillas, no lo creo, hay que ir preparándolas para ensartarlas en sus respectivos casquillos. Época de transición supongo. El caso es que, no sé como, se me ha ido alojando en mi centro, huequito que han dejado mis miedos, digo yo, una cierta inquietud. Dejaré el café me digo, agarraré de nuevo la meditación me propongo y no me rendiré, por supuesto. Sigo trabajando.

Algo bueno. Estoy activa. El lema es poco a poco. Y cuando das un pequeño paso te sabe a gloria.

Disfruto de mis clases con mi alumna y aprovecho para repasar sintaxis. Me encanta el lenguaje, nunca dejaré de repetirlo y de hacerme la intelectual citando a Neruda "Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan..." y me enriquezco aportándole algo de conocimiento, algo de pasión y algo de cariño a la vida de una persona en desarrollo. Los niños y los jóvenes son algo nuestro, son nuestro futuro, son tan importantes.

Me lancé a la piscina en plan olímpico y me matriculé en el examen oficial de un nivel de francés que me exige una dedicación mayor, en lugar de haber ido sobre seguro. Pero eso me motiva. Ay, la lengua francesa me vuelve loca y me lamento de no poderle dedicar más tiempo, tendré que sacarlo de algún lado.

Los libros se acumulan en mi mesilla. Ayer finalicé el Diario de un genio de Dalí, bueno, la parte escrita por él, me faltan los apéndices. Otro regalo casual del cosmos. Entré un día en el baño en casa de mi hermana y me lo encontré ahí. Algo surrealista, y sí pelín escatológico, muy propias de Dalí las dos cosas, todo hay que decirlo. Cómo me he reído con el Genio por excelencia, surrealismo por los cuatro costados. Os lo recomiendo, y por supuesto no puedo perderme su exposición en el Reina Sofía.

Me llega el cosmos y me ofrece otro curso ¿lo hago, no lo hago? Me sumerjo en Linkedin y en otros mundos, he de buscar trabajo, aprovecho para comunicaros a todos que me declaro totalmente en búsqueda activa, por si os habíais olvidado de que de momento todas mis actividades son sin ánimo de lucro y que eso es algo que me gustaría cambiar. Acepto ofertas y sugerencias.

Miro mi balcón de mis amores y observo como pasan los días sin añadirle ni una línea y me digo, tengo que regar mis macetas o se marchitarán mis florecillas. Y me pongo a contar mis inquietudes.

En definitiva, estoy atacada y no puedo dejar de agradacerle al Universo esta vorágine de actividad, de experiencias, de oportunidades, de creatividad, de ganas, de alegría y de entusiasmo... Igual no son nervios, igual es que desbordo optimismo, me enraizaré en la tierra, juntaré mi manos con los brazos estirados sobre mi cabeza y dejaré que toda esta energía fluya, sí, eso voy a hacer, os dejo...

miércoles, 8 de mayo de 2013

El misterio de la lechuga. Parte VI: Sopa de caracol.


Bajamos por una escalera estrecha. ¿Os he dicho alguna vez que las escaleras me dan pánico? Yo creo que en algún momento de mi niñez debí rodar peldaños abajo, sospecho de esa horrible estructura metálica que unía el patio del colegio con el tercer piso del pabellón secundario. Está oscuro y huele a humedad.

Enciende la linterna, ordena Mel. Me paro. Mi multifuncionalidad femenina se ve disminuida a mitad de una escalera metálica y angosta. Me niego a soltar la mano con la que me agarro a la barandilla pegajosa. Cada uno es como es, y yo la verdad soy miedosa, pero poco escrupulosa. Prefiero el riesgo a una tiña galopante que la posibilidad de perder la verticalidad y el dominio de mi propio cuerpo. Por eso, deposito el lomo que empuño en la mano izquierda y me lo pongo entre las piernas. Busco la linternita en mis bolsillos, la encuentro en el trasero derecho del pantalón. Desafortunadamente la búsqueda me vuelve a recordar que llevo sobre mi cuerpo una chaqueta apestosa. A Dios gracias, el olor a humedad del sótano, que a medida que hemos ido descendiendo tira ya a podrido, solapa los efluvios chaquetiles. Además, tengo tantos centros de atención (barandilla, lomo, linterna, pies...), que no puedo permitirme más.

Agarro la linterna, le doy al botoncillo trasero y la sujeto con la boca. Recupero el lomo y me dispongo a continuar el descenso.

¿Pero qué c... haces? Me grita susurrando Mel como solo ella sabe hacerlo. Miro hacia abajo. Yo todavía estoy en el quinto escalón y ella ha bajado los dos tramos de escaleras. Está comprobado que Mel ejerce sobre mi algún tipo de poder, o que sus gritos susurrantes me atemorizan en mi subconsciente, el caso es que me pego una carrerita olvidando todos mis miedos y en un pispas estoy a su lado.

¿Quieres dejar de hacer ruido? Mi trotecillo de caballo percherón ha debido ser menos sigiloso de lo que yo pensaba. Vamos, he visto una luz al final de ese pasillo. Apaga la linterna.

¡Enciende, apaga, enciende, nananana! pienso y articulo con mis labios y la lengua medio fuera sin decir palabra, mientras muevo la cabeza.

Y deja de hacerme burla, que pareces una cría, que manía más tonta tienes. Dice. Está delante mío, es imposible que me haya visto. No sé como lo hace, hay veces que pienso que me conoce tan bien que me da miedo. En ocasiones me propongo ocultarle retazos de mi vida para ver si dejo de ser tan transparente para ella. Por ejemplo, si me encuentro con ella por la calle y me pregunta ¿donde vas?, en lugar de decirle al médico, me lo invento y le digo que voy al super, que es una cosa anodina y no puede añadir información personal de ningún tipo. Es cierto que esos propósitos de ser misteriosa se me olvidan enseguida y tengo que hacer un verdadero esfuerzo para recordarlo.

Pero volvamos al sótano: Apago la linterna, cierro la boca y sigo sus pasos. Tiene razón, a lo lejos se ve el destello de una luz. Nos acercamos con cuidado. Llegamos a un recodo y nos asomamos. Un metro por delante vemos una puerta abierta. La luz sale de allí.

Maru, qué emoción, Churri está ahí seguro. Vamos. Levanta el jamón con las dos manos y avanza segura y decidida. Empuño mi lomo como si fuera un bate de béisbol y la sigo. Llegamos en dos zancadas hasta la puerta. Nos plantamos hombro contra hombro en el umbral y gritamos a la vez: ¡Alto, arriba las manos! (Nos encantan las películas policiacas).

Frente a nosotras la chica a la que veníamos siguiendo se gira con cara de sorpresa. Es bajita, morena, pecosa y tiene cara de no haber roto un plato. Delante de ella hay un terrario lleno de caracoles y hojas de lechuga.

¿Caracoles? Pregunto sorprendida.

Sí... yo... ay... ¿Como lo habéis sabido? No digáis nada... yo... La chica titubea, balbuce, inicia un monólogo incongruente. Se ve que la hemos pillado con las manos en la masa, pero yo no acabo de entender qué ocurre.

Miro a Mel, también está desconcertada. La lechuga que estábamos siguiendo está siendo empleada para alimentar caracoles en un sótano. Es verdaderamente surrealista. Mel se recompone y coge las riendas.

¿Qué es esto? Explícate.

Entre lágrimas la chica nos cuenta que ella y su novio tienen un negocio de caracoles clandestino. Los crían en Cueva de Ágreda, un pueblo de Soria. Viven allí, pero como ella encontró trabajo en Madrid pasa aquí la semana, en casa de su prima. Los domingos los trae a la empresa y los cuida en el sótano hasta el miércoles, que es el día de la semana en que el cocinero del restaurante francés que se los compra se acerca a por ellos. No ha dicho nada en la empresa, porque son muy estrictos, un poco negreros y unos bordes, añade, y nos pide por favor que no digamos nada.

Mi novio está sin trabajo, tenemos una hipoteca... Continúa.

Se me cae el alma a los pies y lamento el susto que le hemos dado a la pobre. A Mel se le escapa una lágrima. Ha bajado el jamón, que sujeta sin fuerza por la pezuña mientras la parte de arriba está apoyada en el suelo.

¿Así que la lechuga era para alimentar a los caracoles? No te preocupes, no se lo diremos a nadie. Pero aún queda una cosa por resolver. Dice Mel. Noto que su mano recupera fuerza y agarra firmemente el jamón. ¿Qué has hecho con él?

¿Con quién? Pregunta la chica, que ahora que parecía más calmada vuelve a ponerse tensa.
Con Churri
¿Churri?
Sí, el detective, Ángel Facundo Tomé Salazar. Chilla Mel fuera de si.
¿El jefe? Dice la chica incrédula.
¿El jefe? Repite Mel desconcertada.

¿Ángel Facundo? Me giro yo hacia Mel. ¡Tía Mel, Ángel Facundo! A nadie más que a ti le puede ocurrir esto, conocer y encapricharse de dos tíos con un nombre tan absurdo. ¡Angel Facundo! Manda narices.

viernes, 3 de mayo de 2013

DPOP, a corazón abierto


Hace unos meses, cuando el año estaba a punto de comenzar, mi pensamiento estaba centrado en el siguiente paso a dar. Estaba finalizando mi curso de profesor de ELE, había conseguido alquilar mi casa y quedaba perfilar la estrategia del siguiente paso. "Me tengo que volver a Irlanda", me decía, pero en el fondo me preguntaba "¿me quiero ir o creo que me tengo que ir?" Una dicotomía que tenía que resolver antes de decidirme y que en cierto modo me angustiaba.

Y entonces llegó el Cosmos con uno de esos regalos que me hace de vez en cuando. En respuesta a un e-mail pidiendo información que había enviado casi medio año antes, me llegó la convocatoria de una nueva edición de un curso llamado DPOP (Desarrollo Personal y Orientación Laboral) organizado por CIVSEM. Yo, que llevo años buscando el libro de instrucciones y no paro de darme vueltas a mí misma no dudé en acercarme a la charla presentación.

Por fortuna, casualidad cósmica a resaltar, sus organizadores habían decidido en esta ocasión no dejar a nadie interesado fuera del mismo, pues mi duda metódica del momento ¿me voy o no me voy? me hubiera autoeliminado. El día de la entrevista personal le dije a mi interlocutora, "no sé si finalmente me liaré la manta a la cabeza y agarraré las maletas, pero si me dejáis empezar podéis contar con mi Compromiso de aprovechar este curso al máximo hasta ese momento, si es que ha de llegar".

"Empiézalo" me contestó ella... y resulta que empecé, me enganché, me involucré, tuve claro que lo disfrutaría de principio a fin, me lamenté por perderme los días que mi extirpación de miedos me tuvo alejada de esa enorme sala llena de gente con los sentidos alerta, conocí un montón de personas, de maravillosas personas, me "angustié" por la falta de tiempo para conocerlos a todos, pero me alegré de que fueramos tantos y tan diferentes y de que cada día siga descubriendo un trocito más de alguien...
Mi proyecto de vida. Foto: Silvia Juarez

Y sigo en ello, ya metidos de lleno en las últimas semanas de este regalo cósmico, tras los dos intensos días de presentación de nuestros "proyectos de vida" individuales, llenos de emociones, corazones a pecho descubierto, mucha valentía, un montón de cariño, de palabras amables, de miradas cómplices, de risas y también de lágrimas...

Os podría contar muchas más cosas, pero es una experiencia tan única y tan personal que sólo puedo invitaros a que la viváis si tenéis ocasión (los que salimos de allí lo hacemos tan encantados que creo que en CIVSEM lo van a tener cada día más crudo para cubrir tanta demanda).

Yo por mi parte, que cuando empecé el curso les decía a mis amistades cuando me preguntaban "pues yo ahora estoy haciendo un curso un poco friki", parece que todavía da cosilla reconocer que te estás ITVeando las emociones, ahora os confieso con orgullo que a partir de ahora yo soy, entre otras muchas cosas, DPOPERA.