Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

domingo, 23 de marzo de 2014

Gracias, señor Presidente


No sé si escribo esto con el teclado empañado por ese halo de nostalgia que nos confiere pensar en nuestra infancia. Sin embargo, creo que en cierto modo las cosas son de esta manera.

A mí, la muerte del tirano me pilló en Parvulitos, en poco tiempo desaparecieron del colegio los hábitos y los uniformes, no sé si coincidió realmente en el tiempo, pero de algún modo los aires de libertad se dejaban notar incluso en esos detalles que pueden parecer nimios. Casi inmediatamente a los días de fiesta, que no de duelo, colgaron en la pared que teníamos frente a las mesas una foto de la familia real, "las infantas se llaman como mi hermana y yo" me dijo E.P., mi mejor amiga de la infancia. "¡Qué mentirosa!" pensé yo, muerta de envidia por carecer de nombre principesco. Era verdad. E.P., que era muy trasto y valiente, robaba aspirinas infantiles para tomárnoslas en el recreo y me enseñó a cantar el himno nacional con letra, empezaba de esta manera: "Franco, Franco, que tiene el c... blanco porque su mujer lo lava con ariel". Mi madre me decía que esas cosas no se cantaban.

Fueron momentos de muchos cambios, incluso los niños nos dábamos cuenta de la importancia que tenía la política. Los políticos eran entonces personas respetables, el presidente, que podía prometer y prometía y hasta cumplía, tenía la edad de nuestros padres y era un hombre guapo de dientes relucientes. El Rey juró su cargo, se aprobó la Constitución... Y los niños, de algún modo, nos dábamos cuenta de que había mucho que celebrar, de la mismo forma que en el 81 fuimos conscientes de que pasaba algo gordo y también callamos y nos angustiamos, esperando a ver que pasaba y cuando finalmente todo se solucionó salimos a la calle, contentos y felices de que aquello que llamaban democracia podía seguir su andadura.

Hoy, mientras lamentaba la muerte del político más respetado de este país, no he podido dejar de comparar el ambiente de entonces con el de ahora. La alegría de ir consiguiendo más y más libertades con el paso de los años, frente al estupor de ver como esas libertades se van recortando poco a poco. El sentimiento de todo el pueblo unido para conseguir el bien común, frente a la sensación de estar en manos de una clase privilegiada que se agarra con uñas y dientes a sus privilegios, caiga quien caiga. Y solo se me ocurre que si los políticos de hoy se concentraran en dejar en los niños de ahora la impresión que Adolfo Suárez dejó en los niños de entonces, el país iría mejor, mucho mejor.

Muchas gracias, señor presidente.

martes, 11 de marzo de 2014

Epistolando


Hola, B.:

Diez años ya, qué cosas y qué de cosas que han pasado desde entonces. Con esto de las vueltas que da la vida y de las vueltas que te das tú por dentro, aunque no lo parezca, nosotros los de entonces ya no somos los mismos.

Al menos yo ya no lo soy, a Dios gracias, que uno no puede evolucionar si se queda en tabula rasa, que la vida y el día a día te van moldeando y, creo yo, mejorando. Aunque no te pueda dar muestras visibles de mi transformación, yo creo que de momento me voy superando, como los buenos vinos. Que hace ya meses que descubrí, sí, Blasi, sí, que soy feliz, ya ves, con estas manitas y mi tejedora, en plena crisis, sin grandes logros, sin perrito que me ladre y sin los que entonces pensábamos que serían nuestros sueños cumplidos.

Hace años escribí un cuento, que no compartí apenas con nadie, en el que hablaba de B. la que se sabía poner las gafas de disfrutarlo todo, algo así era, no quiero ni buscarlo. Y es que, durante mucho tiempo, en algún lugar del alma me dolía y me regañaba, porque a mí esas gafas se me caían a ratos, y hasta me enfurruñaba conmigo misma porque tú sí habrías aprovechado esa oportunidad y aquí estaba yo echando todo por tierra nuevamente. Es que somos así, los humanos, en esto de buscarnos los defectos y refugiarnos en la culpabilidad y la impotencia. Pero tú ya lo sabes, porque en aquel tiempo conversaba contigo más a menudo que ahora.

No creo que te importe que esas conversaciones se hayan reducido, tú sabes bien plantarte en mi memoria, evocada por un recuerdo fugaz, una reunión de amigos, una canción en una emisora o un déjà vu cualquiera, sin contar que es difícil que estas fechas pasen desapercibidas, que nuestros cumpleaños eran casi seguidos y que son muchos años, compañera.

Además, espero que te alegre que ahora camino sola, sin culpas, sin juicios, viviendo más presente que futuro y aprendiendo del pasado. Que no, claro que no, que tampoco me he convertido en la mujer de hierro y de vez en cuando me sigo enfurruñando con el mundo y me refugio con un libro en el balcón, mientras la vida, en forma de niña regoderta y con gafas, pedalea a lomos de una bicicleta, recorriendo mi calle una y otra vez, para que yo no tenga duda de que sigue allí abajo, conmigo o sin mí, pasándoselo de maravilla, porque el sol brilla, los pajarillos cantan y las nubes son volubles y cambiantes y se evaporan... Pero la verdad que son pocas, tan pocas que ya casi no puedo ni recordar la última vez que rodillas en alto, volumen en los muslos, y pies sobre el borde de la silla, fingiendo que leía, la vi pasar y no bajé corriendo a festejar con ella que la vida seguía.

Poco más que contar o mucho que decirte, pero ya sabes, seguimos en contacto. Te mandaré un privado con pelos y señales. Cuídate, cuídanos. Besos grandes, te sigo echando de menos,

M.