Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

martes, 16 de junio de 2020

¿Poema? urbano


Hace trescientos sesenta y seis días
un borracho se colgó de mi cuello
y dijo,
Te quiero.
Los borrachos no dicen las verdades,
los niños tampoco,
hay cosas que mejor
se guardan bajo llave en el olvido.
Nadie pudo imaginar que trescientos
sesenta y seis días
más tarde
caminaríamos enmascarados
o que los versos de un libro lograsen
ponerte melancólica a las cinco
y treinta y cinco del día trescientos
y sesenta y seis.
Hilos y colores se desvanecen
como arcoiris que se tiende al sol.

martes, 2 de junio de 2020

Mitología moderna


Las noches empezaban a ser calurosas. A pesar de su costumbre de dormir sin pijama, se hacía ya necesario abrir la ventana, aunque fuera con la persiana casi bajada, para que el airecillo que pudiera llegar desde el patio interior de aquel tercer piso se colara por las rendijas interlaminares de la misma.

Se medio desveló en plena madrugada. Aquel ruido. ¿Qué era aquello? No le dió tiempo a pensar más, de nuevo se le cerraron los ojos entre bostezos y se quedó dormida. Era el mar, sí, ¡qué gusto! Las olas, el color verdiazul cambiante, la brisa marina. Despertó como nueva. Miró el reloj, no era mucho más tarde de las seis, tenía la hora cogida y ya no había manera de abrir el ojo mucho después. Se acordó del ruido ¿como era posible que hubiera estado escuchando el mar toda la noche si allí no había playa, vaya, vaya?

Esa misma noche repitió la operación. Se acostó, leyó un rato, pensó que hacía calor, y después de cerrar el libro y antes de apagar la luz se levantó a abrir la ventana y las rendijas de la persiana. Era el ruido de nuevo, no podía ser el mar, estaba despierta. Se asomó al pasillo, no venía de dentro de casa, desde luego era algo que había ahí fuera. Se quedó dormida, si una virtud tenía es que era capaz de dormir profundamente en casi cualquier situación.

Volvió a soñar con olas, baños de sol y de agua, bañistas, gaviotas... A las cinco de la mañana despertó, ¡qué idiota!, era el aire acondicionado del vecino, se quedó de nuevo dormida y siguió paseando por la arena cálida.

El inicio de verano fue verdaderamente caluroso, ya no encendía el aire solamente el vecino del quinto, poco a poco se fueron sumando otros. Los relajantes paseos por la orilla del mar de los primeros días se convirtieron en tardes ventosas sobre una tabla de surf que oscilaba sobre olas cada vez más grandes, para acabar transformados en noches de galernas que hacían bambolearse el galeón que capitaneaba.

Aquella noche la tempestad arreciaba, el viento golpeaba la cristalera de su camarote de capitana corsaria. La ventana se abrió de par en par y con más fuerza aún que el viento se precipitó Zeus, ansioso, perdiendo sus rayos, su manto y su elegancia. Ella lo esperó desafiante, ummm, lo rodeó con sus piernas, aaahhh, lo volteó, auuuuuuu, lo cabalgó, aaaaaaarrfff, lo sació, iiiiiiiiiiii, lo dejó ahito, oooooouuuuu, y vengó a las Danae, a las Europas y a las Ledas...