Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

lunes, 29 de noviembre de 2010

And the winners are...

Sí, por fin vamos a revelar el nombre de los ganadores de nuestros concursos. A pesar de la poca participación Maru y yo, sagaces y avispadas como ninguna, hemos solucionado la papeleta. He aquí el resultado:

Premio Groupie del año: dado que la última categoría ha quedado desierta, está claro que ni invitando somos capaces de encontrar un soltero interesante para cenar, y dispuestas como os prometimos a tirar la casa por la ventana hemos decidido premiar no a uno, sino a tres de nuestros más fieles lectores de la siguiente manera


Taza motivo El balcón para nuestra querida y siempre llena de sopresas anónima Lola P.


Taza motivo Me gusta el futbol, para C. alias Mon Amour, porque nos tiene en "favoritos", no se pierde una entrada, alienta y regaña cuando hace falta.


Taza motivo El balcón para el hombre de las estrellas, porque siempre está ahí, puntualiza y aporta una visión masculina, siempre bien recibida. Y porque le queremos, que carallo.


Premio ¡Ojalá hubiese escrito yo esa entrada!: Sí, la participación ha sido nula, pero Maru y yo estamos de acuerdo en que envidiamos, nos carcajeamos y disfrutamos de lo lindo con Mina P. y su absurdo estilo literario. Así que para ella y su Gavilán, es el cuaderno personalizado con dibujos de nuestra ilustradora mlm. Naturalmente, el diseño de las tazas también es suyo.


Chicos, nos ha encantado celebrar nuestro aniversario con vosotros. Y al resto de nuestros lectores, no seais tan tímidos. El año que viene habrá más.


Por cierto, el premio os será entregado personalmente y en ceremonia íntima la próxima vez que nos veamos.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Virginia, ecofeminismo y un poquito de compromiso

Hace poco que Virginia -Woolf- dejó -para mí- de ser un nombre y una biografía más o menos conocida a tener contenido. Primero cayó en mis manos Una habitación propia y luego llegó Orlando, ambas por recomendación de Mina. La prosa de Virginia es enganchante por sí sola, pero lo mejor son sus ideas, su perplejidad ante un mundo absurdo en el que la mujer -si bien ya empezaba a abrirse un caminito, unas pocas rebeldes iniciaban su lucha contra la estupidez anterior- tenía muy limitado su papel. Y todo aderezado con una imaginación desbordante, una ironía muy fina y un surrealismo envidiable. Así que el otro día, aprovechando que ahora tengo que ir a la biblioteca todos los lunes, agarré otro de sus volúmenes, Relatos completos. No siempre se puede ser brillante, pensaba yo, mientras que disfrutaba de una manera de contar insuperable, sin mucho contenido para mi gusto. Hasta que llegué a la página 191 y me encontré con Una sociedad. Otra vez Virginia a todo gas. Quise mandarles una versión electrónica a mis Witches favoritas, pero no encontré ninguna biblioteca virtual que la ofreciese.
En Una sociedad, un grupo de mujeres que se reúne periódicamente, decide investigar ese mundo que ellas dificilmente tienen nivel para entender, y disfrazadas de hombres se reparten el trabajo de introducirse en el parlamento, en un buque de guerra, en una universidad..., para luego contarles sus impresiones a las demás.
Me encantó la idea de que hace más de un siglo -ahora estoy segura de que esto ocurre desde el principio de los tiempos- las mujeres disertasen ya en encantadores reuniones como las que ahora existen a todas horas y en todos los puntos del planeta -imagino- y en las que para desconcierto del sexo opuesto no se habla, ni mucho menos, exclusivamente de trapitos y recetas de cocina.
Y luego la Witch R. nos envió aquel artículo sobre ecofeminismo, que enmarcó, renovó y reafirmó, ese lado feminista que os vengo diciendo he descubierto, últimamente, cada vez más acentuado en mí. La cosa es que durante siglos no sólo la mujer se ha visto minimizada, también lo han sido las cosas que tradicionalmente se asocian al "lado femenino": la naturaleza, la emoción, lo privado, el trabajo reproductivo; porque se le ha dado muchíiiiisima más importancia al "lado masculino", es decir, a otra serie de realidades o conceptos que se entendían como opuestos de los anteriores: la cultura, la razón, lo público, el trabajo productivo.
Y ahora ya, interpretación propia, que eso es lo que hago yo con las teorías, corrientes y religiones -supongo que como todos- escucharlas, aceptarlas o descartarlas y readaptarlas, desvariando a ratos un poco, lo reconozco. Digo, ya para resumir, que no sé lo que ocupará esta entrada como siga así -lo de los últimos cuatro días que nos hemos escaqueado, por lo menos- que el movimiento feminista, que ha hecho una gran labor a lo largo de los dos últimos siglos, ha conseguido demostrar que las mujeres somos capaces de entender, integrarnos e igualarnos en este mundo regido por las leyes masculinas. Pero que hay que darle toda una vuelta al sistema, llevamos tiempo comprobando que no funciona.
Ahora ha llegado el momento de conceder la importancia que se merecen esos otros aspectos de los que hemos hablado antes: la naturaleza, el sentimiento, lo privado y el trabajo reproductivo. En realidad creo que ha llegado el momento de que las fuerzas masculinas se pongan las pilas y se completen, como ya hemos hecho las mujeres a lo largo de estos dos siglos. Sí, somos ambivalentes -no diré superiores, por no herir susceptibilidades- podemos integrar cultura y naturaleza; sabemos usar la razón y no nos asusta guiarnos por la emoción; tenemos vida pública, sin renunciar a la privada; y lo más importante hemos demostrado que somos capaces de desempeñar trabajos productivos sin olvidarnos de los reproductivos (y aquí se incluye no sólo el traer niños al mundo, sino seguir llevando, en la mayoría de los casos, las riendas del hogar, cuidar a nuestros mayores y otro largo etcetera).
Así que durante esta semana me he planteado que ya era hora de apartarme un ratito de la frivolidad y desvelaros esta nueva visión del mundo, a la que os invito a apuntaros. Es hora de comprometerme con algo.
Y otra cosa, que nadie entienda esto como un alegato antihombres, nada más lejos de la realidad, sé que muchos de vosotros ya estáis en la nueva onda y sois hombres sensibles, preocupados por la naturaleza, que dais gran importancia a vuestra faceta privada e implicados en el trabajo reproductivo (no sé si además alguno seréis también soltero, lo que sería ya la pasada). Por eso sé que también pensais que otro mundo es posible. Ahora solo nos queda -y me incluyo- ponernos en marcha y aportar algún granito u otro de arena.
Vaya discurso ¿no?

martes, 23 de noviembre de 2010

ANIVERSARIO


Esta vez, sí que sí, con mayúsculas. Y además Mel me ha dejado el honor de ser yo la que haga el verdadero post conmemorativo. "Yo ya hice el ensayo", me dice poniéndose muy poquito colorada, Mel va perdiendo la vergüenza por días. "Además, hoy celebras doble".
Sí, hoy celebro doble. Hay un nuevo cambio en mi vida. No es esencial, pero toda novedad es bienvenida. Hoy he cambiado de lugar de trabajo, no de trabajo, sino de oficina. Está más lejos de casa, pero no demasiado. Menos de media hora en transporte público. Ir andando era un lujo, pero tampoco ahora me puedo quejar. La oficina es nueva, blanca, y luminosa. Edificio a estrenar y más cerca del cielo. De la planta baja a la quinta es un gran salto. Así que hoy me felicito por un cambio en mi vida, los cambios mueven, la energía fluye, y auguran cosas buenas.
En cuanto al aniversario, Mel y yo nos morimos de risa. Sí, sí. Os creíais que ibais a sabotear nuestro concurso. La participación ha sido nula. Pues nos da igual, nos hemos reunido en Asamblea y ya tenemos nuestros ganadores. Os daremos sus nombres en cuanto tengamos los trofeos en nuestras manos, a finales de esta semana o como mucho de la que viene. Queda desierta la cena; por mucho que Mel se empeñe, aún no podemos probar fehacientemente que existan, otro año será.

Y además, ésta hace la entrada 111 ¿no es curioso?

lunes, 22 de noviembre de 2010

Sé que existen

Estoy antihombres, me dice mi amiga P., ¿de qué van? En los últimos meses mi amiga P. recibe ataques de las fuerzas enemigas: 1.- Un viejo amigo -tensión sexual no resuelta- que en dos cafés le puso al corriente de su actual relación, ya al borde de la ruina -según él, "cómo les gusta llorar", dije yo- mientras le doraba la píldora con esas milongas de príncipe azul que ellos creen que nos encantan y en realidad nos dejan dudando de su coeficiente intelectual. En resumen, vive con su novia, celebran acontecimientos con las familias respectivas, y mientras tanto tantea si puede ampliar el círculo de sus "afectos". 2.- Una antigua aventura que seis meses después se le manifiesta por SMS asegurándole que acaba de encontrar su teléfono, perdido hace tiempo. (Si tiene hasta mi e-mail, dice P. con cara de pez). 3.- Su ex-novio desde hace más de seis años, hoy amigo, le repite insistentemente que su recíproca soledad tiene remedio si hacen un salto en el tiempo y comienzan de nuevo. Mi amiga B. está igual, aquel chico separado -que luego no lo estaba- con el que salió hace tiempo -y que le partió el alma ¿porqué no decirlo?- sigue llamándole cada dos por tres, a pesar de que ella sólo descuelga el teléfono cuando le llama a traición desde un teléfono desconocido.
??????????? y ??????????? nos preguntamos, pensando que en el fondo hay algo que se nos escapa ¿para qué esa vuelta al rechazo continuo? ¿es algún ejercicio de fortalecimiento del ego, desconocido para nosotras? ¿están tan acostumbrados al éxito de sus estrategias, que son ellos los que no comprenden y continúan practicando el empirismo sin tregua, buscando el fallo en su táctica?
Pero yo me niego, me niego a pensar que este es el prototipo, y les animo a creer en la supervivencia del hombre libre, interesante y sin patologías afectivas. Y creo que es la actitud correcta. Para empezar no me llama nadie, y visto lo visto, eso es positivo. He llegado a la conclusión de que he eliminado de mi vida el prototipo de vampiro emocional, ya no les atraigo y eso es bueno. Muy bueno. Emito energía positiva, sólo detectable por individuos interesantes. Ahora sólo falta que uno de ellos entre en su campo de influencia. Con el corazón abierto, claro.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Naturaleza viva

Un Renoir y muchas impresiones

Al final lo hice. Aproveché el viernes de vacaciones y me pasee por el paseo del Prado, hasta el Museo. Quería ver Renoir. Resulta, avatares del destino, que el Prado estaba de cumpleaños, entrada libre y lleno hasta la bandera. Lo dejaré para otro día me dije.

Así que crucé al otro lado y me acerqué al Thyssen. Impresionantes jardines impresionistas. (No os la perdáis, no os la perdáis, no os la perdáis). Naturalezas vivas con todo su colorido. Cezane, Pizarro, Monet, Renoir, Gauguin... Pinceladas envidiables, el color -saber dar color a un dibujo- es mi asignatura pendiente. Envidio, por ejemplo, las intensas y pastosas pinceladas de Van Gogh, sus verdes y amarillos. Envidio a cada uno de los pintores de la exposición y me quedaría con cualquiera de sus cuadros, cuanto más intensos sus colores, mejor. Soy groupie de los impresionistas.

Y luego, caña y tapa en Paco Roncero. Y comida con amigas. Y después cena. Y un plan tras otro, más o menos improvisado. Me encanta que mis días de vacaciones se conviertan en una sorpresa. Salir de casa con la ropa de yoga en una bolsa y volver doce horas después con un nuevo libro y una obra de teatro en el cuerpo. Chas, claro, chas, venga, chas, vamos. Colorido impresionista en cada rincón. Los ojos de mirarlo todo y la sonrisa abierta de beberse el viento. I like it.

Y aunque la foto se vea borrosa, por favor, mirad que entradas

viernes, 19 de noviembre de 2010

Pocas tablas

Entro con mi amiga Maruchi, para tomar un aperitivo, en un bar de moda. Maruchi, avispada y despierta, da la voz de alarma: "chico interesante a las 12:45, look francés". Giró instintiva y poco disimuladamente la cabeza hacia la latitud indicada. Mmmmm. "Mel, dile algo". "Hija, no sé, no se me ocurre nada. Por favor, una clara y una coca-cola."
"Tiene un libro. Va a hablar con el camarero, intenta escuchar su acento". Alargo mi cuello de grulla. "Acento cero, Maruchi, creo que es del país, pero me pilla del lado malo y no puedo asegurarlo. Bolsa de la librería de la Biblioteca Nacional". El objetivo saca una edición conmemorativa de Miguel Hernández. No es muy original, pero lee poesía. "Poesía Maruchi". "Mel, es tu hombre, dile algo". "¿Qué le digo? Maruchi, te veo muy lanzada y a mí no se me ocurre nada. Voy al baño, tienes tres minutos para establecer contacto, luego nos tenemos que ir, hemos quedado con P. en veinte minutos."
Entro en el baño, me miro al espejo, mi luz interior brilla, junto los homóplatos, abro el corazón. "¿Estableciste contacto?" "Negativo, es tu turno, ahora voy yo al baño". Miro al sujeto, es interesante, de aspecto afable, retoma la caja de la edición conmemorativa. Un momento, la caja lleva dos libros. "Cuentos". ¿Cuentos?, no sabía que Miguel Hernández escribió cuentos.
Sus hábiles manos -a esas alturas el chico es ya maravilloso- sacan el segundo tomo, lo abre, se ven ilustraciones, como de cuento infantil. "Perdona, ¿Son cuentos de Miguel Hernández?" "Sí, los escribió para su hijo en la cárcel, es reproducción de su manuscrito y de sus dibujos" -qué sonrisa, qué voz- "Qué curioso, no sabía que escribió cuentos. Es muy bonito. Qué chulo" -¿qué chulo, he dicho qué chulo?- "Sí, lo he comprado en la exposición." "En la Biblioteca Nacional ¿No? He visto la bolsa. ¿Hay una exposición de Miguel Hernández?" "Sí, está muy bien." "Bueno muchas gracias, adios." "Adios."
Y con mis pocas tablas, otra oportunidad que se me escapa. Horas después caigo en mis monísimas tarjetas de diseño, que siempre llevo en la cartera y nunca utilizo. Qué poco avispada, le tenía que haber regalado una, de marcapáginas. Pero estoy aprendiendo, he dado el primer paso, la próxima vez daré también el segundo. Además quién sabe, igual he activado la maquinaria del sincrodestino ¡quí lo sa!

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Sin comentarios



Por problemas técnicos en el extranjero no pude subir esta foto al blog cuando era rabiosa actualidad, cosas del directo.
Esta es otra cosa que se puede hacer durante tres horas en un aeropuerto: contrastar versiones, el intríngulis está en saber dónde está lo más cercano a la realidad. Leer e interpretar prensa, todo un desafío.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Low cost

Me siento intrèpida y tengo ganas de ver a la familia y cambiar de aires, asì que me decido a probar el mundo del Low Cost -ya, ya sè que soy una antigua- y de paso me marco un viaje relàmpago.
Me estreno con todas las de la ley. Llego con el tiempo justo de plantarme ante la puerta de embarque diez minutos antes de la hora fijada. "Menos mal que contuve mis instintos de fumadora y no salì a la calle antes de pasar los controles", me digo. Y entonces una amable voz nos informa de que debido al temporal -"?"- de niebla se estima un retraso de tres horas, pero les daremos un tentempiè; fin de la explicaciòn, con lo que la mayorìa de los pasajeros entendemos que en el aviòn se nos darà algo de comer por cortesìa de la companìa.
"Carallo, tenìa que haberme fumado ese cigarro" me amonesto, mientras me encamino a pagar un desayuno de plàstico a precio de oro. Descubro que el autoservicio tiene zona de fumadores. Entro con mi tè y mi cruasàn sobre mi bandeja, e intento encontrar hueco en una mesa. Sujeto la bandeja con una mano, mientras con la otra aparto pilas de vasos vacìos y ceniceros llenos a reventar. Corto un trocito de bollo y me lo llevo a la boca. Dios mìo, me ahogo, cuanto hace que no limpian esta sala? Dònde està la ventilaciòn? Somos fumadores, pero tambièn tenemos derecho a vivir. Salgo corriendo con mi bandeja humeante y me siento en una mesa libre en el lado de personas con derecho a la vida y a la limpieza. Desayuno mientras esbozo en mi libreta de mano el siguiente comienzo para una entrada del blog "Què hacer tres horas en un aeropuerto?: 1. Coger el tifus en el àrea de fumadores". Como soy un poco sàdica, en cuanto acabo el cruasàn me dirijo de nuevo al àrea de fumadores. Me fumo un cigarro corriendo y sin apenas respirar y huyo deseando que la Ley Antitabaco acabe cuanto antes con esas trampas mortales a las que el vicio y la inconsciencia nos conduce.
Paso el resto de las tres horas llena de esperanza, los paneles avisan sucesivamente que embarcaremos a las 11:30 ("bien, sòlo una hora de retraso"), a las 12:10 ("ya queda menos"), a las 13:20 ("..."), a las 14:40 horas...
Por fìn despegamos, despuès de la operaciòn de asientos no numerados y colocaciòn de maletas -una por pasajero, asì nos ahorramos los gastos de facturaciòn- en los maleteros. Son las cuatro de la tarde y si viajase a Washington ya sòlo me quedarìa medio camino. Afortunadamente voy a la vuelta de la esquina y el viaje se presenta interesante para la pràctica del empirismo. Las dos horas y media que dura el viaje se convierten en una autèntica demo del espìritu Low Cost.
Nada màs despegar y antes de que el aviòn vuelva a su posiciòn horizontal, las azafatas andan ya de una lado para otro. Una vende cigarros electrònicos, la otra reparte el menù y las revistas con los artìculos del Duty Free, la tercera toma nota de las personas que quieren bocadillos calientes.
Alguien reclama el tentempiè prometido por megafonìa, la ùnica azafata que habla espaniol argumenta que eso no es posible, que no saben nada. Parece ser que la oferta fue de Aena y que el psicolabis lo tenìamos que haber reclamado en el aeropuerto, pero dònde?, a quièn?
Llega mi turno de pedir la comida, he elegido una oferta, lleva un sandwich frìo, una lata de refresco y una chocolatina, todo por seis euros. "No està tan mal", me digo, "vengo de vivir durante unas horas en la localidad màs cara de Espania: el aeropuerto de Barajas". Resulta que no quedan chocolatinas, asì que me cobran 6,30. Còbrame 6, le digo, como si hubiese comprado la chocolatina, pero no me la das, yo hago como que me la das, hasta pondrè cara de satisfacciòn en el postre, en serio. Nada, no hay tu tìa, si no quedan chocolatinas, no hay opciòn menù. Pago 6,30 €, sin entender muy bien el tema, pero debo ser yo, no hay duda, soy una antigua y una inmovilista, no acabo de captar el espìritu Low Cost.
Y entonces llega: la hora de la loterìa. Por el interfono anuncian los maravillosos premios que puedes conseguir en tan corto trayecto. La oportunidad es tan interesante -es la ùnica locuciòn que se repite en espaniol ademàs de en inglès- que tengo que hacer un esfuerzo por contener mi lado ludòpata. Ya estamos casi llegando, las azafatas se apresuran a ofrecer los productos Duty Free, yo he visto que venden hasta zapatos, podrìa sacar mi lado sàdico y pedirles unas botas del 41. Seràn capaces de llevar todo un muestrario de zapatos en la bodega del aviòn? Es esa la razòn de que facturar una maleta cueste dinero? El empenio del viajero por ahorrar abre grandes posibilidades de negocio.
Levanto el dedo, pero decido que no serè cruel, esta azafata es una profesional que se merece todo mi respeto, ha sido capaz de abortar un motìn de espanioles hambrientos a los que se le prometiò un bocado y ha tenido que lidiar con mi ignorancia de la ley de la oferta -si falta algùn elemento, no hay oferta- en los menus LC -low cost-. Ademàs hemos entrado en un àrea de turbulencias, estamos iniciando el descenso, y ellas siguen, pasillo arriba, pasillo abajo, barriendo el suelo, vaciando las papeleras del banio. "Por favor, que alguien ate a estas mujeres", me dan ganas de gritar, pero me contengo y pongo cara de viajar en Low Cost al menos una vez a la semana.
Aterrizamos. Estoy tan integrada que me lanzo como una loca a por mi maleta y me abro paso a codazos por el pasillo, mientras me digo que a la vuelta pienso participar en la subasta.

Por cierto he dejado a Mac castigado en casa, es culpa de esa injusticia que los acèntos se tuerzan al otro lado y que la consonante patria haya sido sustituida por la sìlaba ni, cosas de las islas. I`m so sorry.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Elisa

Hay días en que en mi trabajo de oficinista gris, escondido en el frío formalismo de un documento público, encuentro pistas y señales que me permiten vislumbrar, intuir o inventarme vidas ajenas.
Hoy me he encontrado con Elisa, fallecida hace unos meses, y los diecisiete testamentos que redactó en los últimos treinta años. Elisa, que nació en el cuarto de los locos años veinte, casose joven, con un muchacho de buena planta y carácter manso, que le siguió una tarde de primavera, desde la puerta del taller de costura, en la calle Curtidores, en el que ella trabajaba hasta el número 30 ó 32 de la calle San Bernardo, donde vivía. La cortejó tres años, tres meses y dos días, y al siguiente pidió su mano.
Se casaron en la Iglesia de San Ginés el día de San Antonio, y después de merendar un chocolate con churros, los novios y sus invitados terminaron bailando pasodobles en la verbena del Santo. Durante los treinta y cinco años que estuvieron casados disfrutaron de una sosegada felicidad, porque la costumbre y la convivencia les había enseñado a quererse y respetarse según los cánones de la época. A finales de los años cincuenta, el día de Santa Cecilia, emigraron a París, siguiendo los pasos de un amigo de Andrés, que así se llamaba el muchacho de buena planta y carácter manso, que había conseguido colocarse en la Renault. Y allí en París, veintitrés años después, mientras los fuegos artificiales del catorce de julio inundaban el cielo parisino Andrés se despidió de su inminente viuda y cerró los ojos.
Viuda, sin descendencia, casi al borde de los sesenta, y con un trabajo por horas en casa de una modista amiga suya, Elisa creyó que aquello era el acabose. Sin embargo la vida está llena de sorpresas. Cuando el paso de los meses consiguió quitar la densidad suficiente a la tristeza para dejar de tener la sensación de que una losa le oprimía la cabeza y convirtió en un espejismo el pánico inicial, Elisa hizo el descubrimiento de su vida. Elisa tenía entidad propia, era autónoma, simpática, amigable, y poseía encanto. Se dio cuenta de que mujeres y hombres disfrutaban de su compañía. Profundizó en sus amistades anteriores, hizo nuevos y grandes amigos, y volvió a enamorarse.
El primer día que acudió a una cita formal con un hombre temblaba como una adolescente. Conocía de vista a René desde hacía quince años. Pero habían entablado conversación por primera vez seis meses atrás. La mañana del día de Nochebuena, ella estaba sentada en la mesita más cercana al ventanal del Café que separaba el portal de René del suyo. Todas las mesas del local estaban ocupadas, y él le pidió permiso para sentarse en la suya. Ella cogió su bolso para dejarle una silla libre y él pago la cuenta. Desde aquel día repetían la escena cuando se encontraban en el café o compartían paseos rumbo y a lo largo del Sena si se encontraban por azar.
Pero aquello era distinto. Era la primera vez que se reunían intencionadamente. A esas alturas de su vida, Elisa había dejado muchas cosas inútiles en el camino y había aprendido a beberse la vida sin tonterías. Así que aquella noche no se separaron en la puerta del café, sino que entraron en el mismo portal. Fue su primer amante, su primer amor y su primer testamento.
Después de René vinieron otros amantes, otros amores y otros testamentos. Algunos más en Francia, el resto ya instalada en España, después de su jubilación.
Elisa encontró a su hombre definitivo, o al menos a su último hombre, hace nueve años, de esa fecha es el último testamento. Se conocieron en la residencia. Federico se fijó en ella nada más verla atravesar la puerta, tan erguida, tan sonriente, tan elegante, y ella se fijó en Federico en cuanto puso aquel viejo disco de canciones francesas que tanto le recordaban sus paseos por el Sena.

Y es que, aunque a ratos nos parezca que no, la vida es larga y da para mucho.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Corrigiendo costumbres

Ya hace tiempo que descubrí que soy mujer de grandes principios y finales inacabados. No sé porqué cuando veo mis relatos truncados me acuerdo -además de un personaje de John Irving- de mi abuela diciéndome, mientras yo dibujaba, que la casa no se puede empezar por el tejado.
Mi abuela era seria, correcta y de la vieja Castilla. Decía María José y María Pilar, haciendo gran hincapié en el acento de María, como nadie más es capaz de decir esos nombres. Así que aquella frase tan simple se me quedó grabada, igual que lo están otros muchos recuerdos tontos y sin gran significado. Aunque de algún modo supongo que aquello me impactó porque me pareció una traba academicista a mi capacidad creadora.
Y de pronto, el otro día, en clase de cómic, descubrí que mi gran problema es que pretendo iniciar la casa por los cimientos, cuando lo más inteligente es empezar por el humo de la chimenea. Así que me he propuesto que la próxima vez que "comience" un relato primero visualizaré el final y me lanzaré a deshacer la madeja.
Pero esto es un propósito y ésa es otra costumbre que he decidido desterrar de mi modus operandi. Os cuento, todo esto y lo de antes, viene porque ante la sequía de entradas de los últimos días Maru y yo nos hemos dedicado a desempolvar viejos cuadernos (de ahí estos dibujines de los últimos días). Los míos, en algunas de sus partes, son una sucesión de tareas pendientes. Y no sé donde he leído, o he escuchado, que hacer planes y no pasar a la acción es engañar a la mente, con todo lo que eso conlleva (pensad en las consecuencias que eso trae consigo si tienes en cuenta la teoría de la atracción o la sincronización cósmica: el desastre).



Otra cosa y entre nosotros: Maru está entusiasmada con la entrega de premios del concurso, yo no sé como decirle que aún no he recibido nada en mi dirección de correo. 

martes, 9 de noviembre de 2010

Confesiones otoñales


Qué frío. De pronto y otra vez por sorpresa. No sé que nos pasa a los habitantes de esta ciudad que siempre nos sorprende el tiempo, aunque todos los años sea igual. Pasamos del frío al calor y del calor al frío, sabemos que es así, pero seguimos repitiéndonos unos a otros lo mismo. ¡Vaya tiempecito y antes de ayer estábamos en mangas de camisa!
Pues sí, es así. Yo llevo ya semanas bien resguardada bajo un abrigo, con algunos interludios en que ha ido colgado de mi brazo, y en cierto modo agradezco el vientecillo frío de estos días. Lo considero una preparación para mi próxima y rauda visita a las islas del Norte. Digamos que me estoy aclimatando.
Madrid me gusta en otoño. (Madrid me gusta siempre). Uno de mis paseos preferidos en esta época del año, que aún tengo pendiente, discurre sobre las hojas caídas sobre el bulevar del Paseo del Prado. Ya voy enlazando en mi cabeza que el primer día que lo lleve a cabo aprovecharé para acercarme a la exposición de Renoir. Me han dicho que hay que coger las entradas con antelación, pero yo sigo empeñada en materializarme un día ante la taquilla y probar suerte. Estoy abonada a los planes ¡chas! y eso de ir con cita me pone nerviosa.
Os aseguro que pisar las hojas otoñales que alfombran el Paseo es toda una experiencia. Así que para aquellos a los que de pronto les de el arrebato de experimentar sensación tan gratuita, placentera y simplona, me lanzo a sugeriros otros objetivos a vista de pájaro -seguramente tampoco demasiado originales, pero sí personales- para aprovechar el paseo.
Uno clásico: cotillear las mesas frente a los puestos de la cuesta de Moyano.
Uno gastronómico: acercarte a saborear las tapas de Paco Roncero, frente a Neptuno, en los locales del Palace.
Uno fotográfico: subir la calle Cervantes hasta la primera esquina (Duque de Medinacelli) y mirar hacia Neptuno (es su mejor vista).
Uno anárquico: dejarte guiar por tus pasos y perderte, hacia el Norte, el Sur, el Este o el Oeste.
Probadlo y luego contádmelo.


Cambiando de tema y entre nosotros: No olvidéis nuestros concursos. Mel confía en vosotros, me asegura que nuestros premios no quedarán desiertos. Yo no sé que decirle...

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Meditaciones pre y post nocturnas


Mi sistema se activa a lo largo del día, con lo que esto conlleva: soy de iniciacialización lenta a primera hora y voy cargando pilas a lo largo de la jornada y aunque me acueste pronto, suelo despedir el día con los ojos aún abiertos, escribiendo un post o leyendo algún libro. Como funciono de esa manera, y a pesar de mis intentos, a día de hoy no he conseguido levantarme al alba, al alba, para fundirme diariamente con el Universo. Así que estoy ideando nuevas formas de meditación diaria, y en eso estamos.
Ante el fracaso de mi intención de extender la esterilla al menos quince minutos cada mañana, he decidido convertir mi reencuentro diario con la vigilia en una meditación en toda regla. La cosa funciona de esta manera. Sobre las 6:45 o 7:00, según capricho del día anterior, suena la primera alarma programada en mi móvil. Carla Bruni me despierta melodiosamente con un "L'amouuuuuur...", no le doy tiempo a más. Alarma 1 desactivada. Me debato entre el sueño y la consciencia, recupero las imágenes de mis sueños nocturnos, si es que los ha habido y los saboreo. Mientras, me acurruco entre las sábanas y doy gracias al Creador por encontrarme en un sitio tan cálido. Quince minutos después, suenan los primeros acordes de "Aquellas pequeñas cosas" en versión Canto del Loco. Alarma 2 desactivada. Más allá del me levanto-no me levanto, mi subconsciente sigue inmerso en sus ensoñaciones y yo siento como despierta todo mi cuerpo. Soy consciente de él y de todo lo que le rodea. Estoy entre el cielo y el suelo, formo parte del universo y me encanta. Me gusta tanto que mi meditación puede extenderse más allá de la hora larga, así que llego todos los días con el tiempo justo al trabajo. Esta es mi meditación post-nocturna.
Y luego está la pre-nocturna. Sólo llevo practicándola dos noches, pero me gusta. He decidido bailar una canción cada noche, antes de acostarme. Mi gran fallo es que nunca he sido una mujer muy preocupada por la música. Recojo la que me llega del entorno, y la disfruto, pero nunca fui una gran recopiladora musical (reconozco canciones cuyo título ignoro y soy incapaz de asignarles autor, aunque las haya oído miles de veces y pueda afirmar que me encantan). Con esta nueva meditación me he dado cuenta de que la música que llevo en el móvil -es lo más rápido de activar a esas horas- es bastante deplorable para el bailoteo-meditación-nocturna. Una nueva carencia en mi vida, un nuevo objetivo de superación, necesito música inspiradora.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Interiores

Sí, pero para plan ¡chas! el mío. El sábado me prestaron una pareja. Encantador, cortés y de mirada cómplice. ¡Si las cosas fuesen siempre tan sencillas! Me recogió en la puerta de mi casa, y como dos conocidos nos personamos en la escena diez de una película de Woody Allen.
Allí estábamos catorce personajes en busca de autor, dispuestos a degustar un menú figurativo en el salón de una galería. La mitad -y no fue capricho, éramos los que cabíamos- elegimos la mesa redonda, con aplastante mayoría masculina -otro dato surrealista en mi realidad cotidiana-, a saber: un psicólogo -Woody total, ya os digo-, un pintor hispanojaponés, una mujer de mundo, un arquitecto solidario, un productor discográfico, un enigmático sommelier, y una bloggera con el corazón abierto. (Le he ganado a Maru por la mano, pensé, ya tengo argumento para el cómic).
Y allá que nos pusimos, bocado tras bocado, a dibujarnos a nosotros mismos a través de nuestras palabras, nuestras miradas, nuestros gestos. A intuirnos, a adivinarmos, en resumen, a conocernos. Y yo, que miro más que hablo y escucho con toda la intensidad de mi único oído, disfruté de lo lindo.
¿Os he dicho alguna vez lo que me gustan las personas?