Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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lunes, 22 de diciembre de 2014

I feel good


Soy una ignorante musical. Lo confieso aquí, sin complejos (es un decir), y quizás lo haya confesado ya antes. Sacándome del pop de los 80, es difícil que reconozca al autor e intérprete de la mayoría de las canciones, a pesar de que algunas de ellas las conozca de sobra. Mi cabeza, que cuenta con un archivo musical totalmente desordenado, suele pensar: "Esta canción me encanta, pero no sé de quién es".

Sí, lo reconozco, soy tan amante del silencio y de la lectura en silencio, que no le dediqué las horas suficientes a la música. Asignatura suspensa o aprobado por los pelos. Envidio a mis amigos frikis, esos que no se pierden ni un concierto y se saben fechas, vida y evolución de los grandes y pequeños de la historia de la música. Afortunadamente, y como todo se pega de una forma u otra, hay ocasiones en que descubro, con alegría, que esos maestros que me rodean desde el final de mi adolescencia han dejado huella en mí.

El miércoles fue una de esas ocasiones en que lo comprobé. Mis chicos del cine propusieron ver I feel good, la vida de James Brown. Una película, muy, muy agradable de ver... y de escuchar. Un montón de canciones conocidísimas estimularon mis recuerdos y los dedillos de mis pies, que se movían aprisionados por mis botas.

Hacía tiempo que no veía una peli de esas que te dejan tan buen sabor de boca que se la recomiendas a todo el mundo. Y sí, seguramente estará edulcorada; si estás buscando una trama centrada en el declive de la estrella esa no es tu película. Quizás porque los productores son gente de micro en mano, Mick Jagger en el primer puesto, la historia se centra más en los momentos de superación de la vida de James Brown, sin tener, por ello, que retratar a un perfecto angelito.

Así que llegué a casa y al día siguiente ya estaba buscando aquel disco que me tocó en una rifa en el Quercus y me lo puse de banda sonora, mientras iniciaba esta entrada (sí, sí, estoy muy lenta de escritura últimamente).

Unos veinte años después me sonrío, recordando la cara de envidia del resto de la panda versus mi cara de perplejidad. Aún así, bien que me quedé con la lata verde y la guardé, con el convencimiento de que aquello era un tesoro. Todo llega a tus manos por algo. Resulta que la música de mi juventud, aquella con la que movíamos la cabeza en el Down Town, entre otros sitios, me corre por las venas aunque no sepa nombrarla. Doy gracias por ella y, sobre todo, porque aquellos que me la pusieron delante de las orejas siguen formando parte de mi vida. I feel good with you, babies!