Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

martes, 27 de septiembre de 2011

Estilo

Es que no puedo contenerme, en serio. ¿Cómo no comentar el ejemplo de diálogo y convivencia pacífica de nuestros políticos? Pasen y vean como la diseñadora de moda es lanzada de un lado a otro del escenario, a modo de biombo o parapeto entre los dos máximos representantes del bipartidismo nacional. Estilo, mucho estilo.
¿Y las palabras de la lideresa? Un esbozo de su bonito discurso. Sigan vendiendo el 15-M como el subversivo aliento de una panda de descerebrados ácratas. Una venda, unos tapones para los oídos, y mano dura, tremendo programa electoral.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Hierba pura (alucinación otoñal)

Salgo a correr, dos semanas más tarde. Dada mi constancia en la tarea, lo de correr es un decir. Mis avances en resistencia previos al verano se han visto mermados. Una asignatura más en la que esmerarse este curso.
Me encamino hacia El Retiro con idea de disfrutar sensorialmente de la experiencia. Sí, me ha vuelto a suceder: el pressing otoñal del "inicio del nuevo curso" me ha abocado, una vez más, a buscar apoyo moral en mis lecturas. No os confesaré que llevo y traigo en la mochila estos días. Pero en sus páginas hay una recomendación encaminada a fomentar el uso de los diferentes sentidos, para aumentar nuestro mapa del territorio. No dice eso exactamente, pero es por abreviar.
Bajo por la calle identificando el olor a gasolina quemada de los coches, la goma de los neumáticos. Le mando un mensaje de ánimo a mi aparato respiratorio, en escasos minutos el aire será otro. Accedo a El Retiro, noto la humedad sobre mi piel. El aire es muchísimo más fresco. Y el olor. Huele a hierba. Descubro que la nube de polvo de la que os hablaba el otro día sigue existiendo y me doy cuenta de que es la arena que levantamos los esforzados deportistas que recorremos el Retiro.
Ignoro la polvareda y aspiro el aroma a hierba... huele a hierba, hierba, pero vamos, que apesta a hierba quemada, en realidad, hierba liada, aspirada y expulsada. Huele a hierba a cada paso. A la quinta zancada me entra la risa floja. Je, je, huele a hierba en el Retiro, repito como un mantra mientras siento mi cuerpo cada vez más ligero.
Unos metros más abajo, al final del Paseo de Coches me encuentro con una exposición -no sé si se puede llamar así- de la Policía Municipal. Me planto en el centro, muerta de risa. Agente, huele a hierba en El Retiro y eso que la pasma anda cerca. Me doblo en dos usando la cintura como eje. Los niños me miran con ojos muy grandes, no sé porqué me recuerdan a la ballena de Pinocho y me da pena. Dos agentes me levantan en vilo. Me siento tan ligera. Eso es que he bajado los siete kilos que quería bajar gracias a la carrerita de diez metros que me he echado, pienso.
¿Tienen algo de comer en esa tienda? Les pregunto a los agentes. No consigo distinguir sus caras y me lamento porque nunca soy capaz de ver toda la belleza humana de los hombres que conozco. Pero Mel ¿qué haces aquí?, es C. que está patinando con sus retoños. Je, je, pareces mama pato ¿llevas algún bocata en esa bolsa?
Y ya no recuerdo más. Dice C. que me desmayé y uno de los agentes me llevó hasta el Samur. No querían creerle cuando apostó que yo no había fumado, pero tuvieron que rendirse a la evidencia. Síndrome de ambiente no viciado, dictaminaron. Muy corriente estos días, sobre todo entre "cuarentañeros" entregados -recientemente- a la vida sana. La prohibición de fumar en lugares cerrados deja nuestros organismos desprotegidos. Eso o el esfuerzo de la carrera.
Le decimos que lo primero ¿vale? les rogó C. que siempre vela por mi autoestima.

En la foto el árbol más viejo de Madrid

lunes, 19 de septiembre de 2011

Pero ¿has visto la permanente?

Me voy al Thyssen a ver Antonio López. Sí, lo he vuelto a hacer, os recomiendo algo cuando no quedan más que cuatro días para la clausura. Y además, os aviso: ya no quedan entradas. Sin embargo, aún podréis ir a Bilbao que es la siguiente parada de la exposición. Os aseguro que el viaje merecerá la pena.
Las salas estaban hasta la bandera, los rezagados de turno andábamos felicitándonos por haber reaccionado a tiempo. Pintura y escultura, e incluso mezcla de ambas. La muestra se divide en dos, una primera parte que se centra en la producción de las dos últimas décadas, y otra segunda que es una retrospectiva de sus trabajos anteriores.
Apuntes propios: me sorprendo con el tamaño de algunos lienzos pintados ¡exclusivamente a lápiz! y también con los cuadros de su primera época, ya el primero, "Niño con tirador" me atrapa, y su "membrillero" activa mis recuerdos.

Me alegro de haber llegado a tiempo a Antonio López, pero aún me alegro más de haber aprovechado mi invitación y haber tomado, por primera vez (lo sé, no tengo perdón de Dios) las escaleras hacia la colección permanente. Boquiabierta, maravillada, pasmada, ojiplática, feliz, abducida, llenita de Arte desde las puntas de los pies hasta las de mis cabellos... todo eso y mucho más, así me he quedado al descubrir todo lo que hay allí guardado. Desde el siglo XIV al siglo XX, renacentistas, góticos, impresionistas, expresionistas, barrocos, vanguardistas... artistas italianos, alemanes, flamencos, franceses, austriacos, españoles, holandeses, americanos...

Arte para perderte, mil y una tardes.

Pero, por favor ¿habéis visto la permanente? (espero que sí y no tengáis que esgrimir este "mea culpa" tan vergonzante al que ahora me someto sólo por el bien de mis lectores).
Si no la habéis visto, no lo dudéis, acercaos mañana mismo, si queréis con la intención de ver Antonio López, como no tendréis entradas y para aprovechar que ya estáis allí, pagad el pase a la permanente y simplemente disfrutad. Si os va lo clásico empezad por la segunda, si os pierden los ismos -como a mí- id directos a la primera y retroceded en el tiempo desde la sala 40, descendiendo siglos.

Señora baronesa: gracias, gracias, gracias

sábado, 17 de septiembre de 2011

La Mujer Ánfora (Semblanzas de mujeres admirables II)

La Mujer Ánfora tenía perfil griego, como no podía ser de otra manera, y el pelo rizado recogido en la coronilla con una cinta plateada a su alrededor.
La Mujer Ánfora se sentía rígida en la mayor parte de su ser. Pero compensaba aquello con los gráciles movimientos de su brazo libre. Juguetón, artístico y elegante, esa parte de su anatomía dibujaba curvas en el aire, giros y piruetas que multiplicaban por diez las dimensiones del espacio. Era como si el aire se llenase de energía, como si las partículas del ambiente cobrasen vida. Con esa extremidad, única en su especie, la Mujer Ánfora era capaz de representar El Lago de los Cisnes, con la misma pasión, sentimiento y carga escénica que la Compañía Nacional de Ballet Ruso.

La Mujer Ánfora volvió a la vida en una excavación arqueológica, cuando fue alzada con mucho cuidado por el Barón Von Pranstersnsnaser.
"La Gloria en mis manos" pensó el Barón porque ella era la prueba irrefutable de que la cerámica ática había llegado hasta el Cuerno de África mucho antes de lo que se pensaba. "Seré tuya siempre" se entregó la Mujer Ánfora abandonada al éxtasis que el roce de esas manos, encallecidas de tanto escarbar en la arena, le producían.
Pero el Barón Von Pranstersnsnaser la abandonó unos meses más tarde en la vitrina de un museo rural. La datación había sido inexacta. La ignorancia, la excasez, o la buena fortuna la sacaron de esa vitrina unos años más tarde. Y sin saber porqué se vió de nuevo, tantos siglos después, llevando agua y trayendo aire, de la fuente al hogar y del hogar a la fuente.
Y quizás fue en premio a esa faceta artística, grácil, imaginativa, que a la Mujer Ánfora le ocurrió, casi, casi, lo que al cántaro, pero mejor, que de tanto ir a la fuente, se volvio Náyade.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Luz de luna

Nada, que no hay manera. Ya lo notaba yo mientras corría -no muy olímpicamente, he descuidado las buenas costumbres durante el verano- por El Retiro. Hay una nube de polvo sobre Madrid, no sé si anuncia tormenta, si es contaminación o un fenómeno extraño. Si ahora empezase a caer una lluvia de ranas sobre nuestras cabezas no me extrañaría.
En realidad se trata de maquillaje cósmico. Os cuento, el sábado leí la previsión astrológica de esta semana. Y hoy, día doce hay luna llena en Piscis, nada menos. Así que los de mi signo, además de estar extraordinariamente irresistibles estos días, recibimos la recomendación de pedirle algún deseo a la luna. Así como lo oís.
¿Que iba a hacer yo? Pues lo natural, dado que en mi balcón no hay orientación lunar, me he lanzado a la calle con un objetivo claro: acabaré mi carrera bajo la luna con una danza invocadora. Pero hete aquí que la luna no aparecía por ningún lado.
Después de voltearme -o casi- El Retiro, he salido mirando el cielo y me he dirigido a comprobar si Selene custodiaba a Cibeles, ni por esas. Ya puestos me he acercado a mi banco, esperando que en algún momento la luna asomase sobre la BN. Nada, lo que os digo, Maquillaje cósmico de camuflaje. Por que a ver quien es la guapa, por muy diosa panteísta que se sea, capaz de comprometerse a regalar milagros a diestro y siniestro.
Me da igual me he dicho, yo me siento aquí en postura fácil, me formulo un mantra lunar y ya aparecerá. Pero como soy muy inconstante, en lugar de eso me he dedicado -con tres años de retraso y ahora que me estoy planteando seriamente su jubilación- a explorar las funciones de la cámara de mi teléfono móvil, todavía llevo sillyphone. Tiene panorámica y visión nocturna:


(Seguiré practicando, I promise you)

Dado el poco éxito de mi plan he decidido que era hora de volver a casa y pegarme una ducha. Nada más subir las escaleras de la plaza más afeada del mundo, me he encontrado con ella. Me he puesto tan nerviosa que ya no sabía que deseo escoger así que he pedido de todo. Así que a partir de ahora esto va a ser la pera, en serio.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

People

A pesar de la que está cayendo (gran frase de este año), los telediarios del verano siguen reservando espacio para esas noticias de relleno tan típicas de esta época. El otro día, en una de esas se anunciaba la apertura de un restaurante "sólo para adultos".
Me parece muy bien. Que se encierren allí todos aquellos que tuercen el morrillo nada más oír una voz infantil o sentir un trotecillo ligero cerca de su mesa.
No sé si se debe a que no existe ninguna época de mi vida carente de pasos infantiles a mi alrededor -es lo que tienen las familias numerosas, eso y que cuando nos traen una ración a la mesa la traducimos en unidades para inmediatamente dividirlas entre el número de comensales y representarnos mentalmente el resultado en forma de sintagma con incógnita despejada: "tocamos a X", es lo que se llama síndrome de la fuente de croquetas- pero el caso es que debo de estar inmunizada frente a determinadas situaciones.
Más de una vez me he sorprendido al oír a alguna persona con la que estoy comiendo decir "qué alivio" al ver abandonar sus asientos a la familia de la mesa de al lado. Me cuesta darme cuenta de que efectivamente ha habido algo de jaleo infantil a nuestro alrededor. Jaleo que de alguna forma ha debido de entrarme por una orejilla para salir por la otra, volver a penetrar por la de mi acompañante y quedarse allí perforándole el cerebro.
Soy de la peregrina opinión de que el mundo es para los niños, que son los que de veras lo valoran, hasta en su más mínimo detalle. Y además en ellos está el futuro, así sin solución de continuidad en esta rueda que gira y gira.
También me sorprendió este verano cuando una de las personas del grupo con el que viajaba nos invitaba a darnos prisa para abandonar cuanto antes esa ciudad tan "llena de gente". ¿Llena de gente?, la normal en un sitio turístico a mediados de agosto, pero tampoco nada fuera de lo normal. Me sorprendió el contraste de percepciones, lo que para alguien era un tumulto insoportable, para mí era un escenario de lo más variopinto, y por tanto interesante.
Hoy, en el metro, he sorprendido a una chica bastante más joven que yo sonriendo sola al hilo de sus propios pensamientos. Era bajita, bastante llenita y no precisamente una belleza. Pero esa sonrisa la convertía en una persona bastante atractiva.
Luego he visto un hombre grande, con pantalones cortos de cuadros y polo en tres franjas, un look aceptable si el hombre era "guiri", un look abominable si era un españolito saliendo del trabajo, le he otorgado la categoría de "guiri" y me he imaginado que le guiñaba un ojo.
Y por la tarde, me he quedado descaradamente enganchada de la conversación de un adolescente de catorce años, más o menos, me pierdo en esas edades, que confesaba a sus amigos que el examen de historia no le había salido demasiado bien y además el profesor debía ser bastante estricto en la corrección. He sido sorprendida en todo mi descaro. Él ha interrumpido su discurso. Nos hemos mirado a través de nuestros reflejos y nos ha dado la risa silenciosa. ¿Qué podía hacer más que desearle que aprobase su examen antes de abandonar el vagón en mi parada? Quizás le haya parecido una vieja loca -¿a los 14 años alguien con esos dígitos invertidos es una vieja?, supongo que sí- pero a mí me ha parecido uno de esos momentos de conexión con un desconocido que me ha hecho sonreír durante un rato.
Me gusta la gente, no puedo remediarlo.
En la foto: encantadora pareja de nieta y abuela viajeras -o eso imagino- en una ciudad llena de gente.

lunes, 5 de septiembre de 2011

¿El final del verano?

El otro día me enfrenté a una tapia de piedra.
Por encima de ella una zarza extendía sus ramas. 
Ramas cargadas de moras rojas... y negras. 
Volvimos a casa, cogimos una taza y nos dedicamos a llenarla.


¿Hay alguna imagen más clara de que el verano llega a su fin?


Pero -se pregunta Frenchy Nancy, espíritu libre, 450 años- ¿Existe el final del verano? ¿Hay que ser un niño para apreciar con claridad que algo termina y algo empieza? ¿A partir de que edad adquiere el paso del tiempo esa dimensión de continuidad ininterrumpida?