Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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domingo, 26 de enero de 2020

Pandora


Llámame Pandora, me dice Mel.

¿Estás furibunda?

No, jajaja, le entra la risa floja, mi yo Pandora no es exactamente así. El baulillo de mi Pandora es diferente, no guarda allí tormentas, ni huracanes destructores.

Mi baulillo suele permanecer con llave, no se abre a menudo, pero en ocasiones, llega alguien, me descuido y ¡bum! con solo rozar la llave se escapan y ya no los puedo controlar, me envuelven, hacen espiral de tornado a mi alrededor y me elevan; se me escapan los te quiero, las caricias, las sonrisas, la empatía desbordante, el optimismo y la esperanza y el ahora sí, por fin, qué liberación.

Y luego, ¡pum! me estampo y toca recoger esas chispas de cuore luminosas y brillantes y luchar para meterlas de nuevo en el baúl. ¡Qué lástima!, ¡qué dolor!, ¡son tan monas!

Ya las tengo, me siento sobre el baúl, qué tranquilidad. ¿Qué ocurre? Se agitan, saltan, empujan, pugnan por abrir. No sé si podré contener la tapa mientras me esfuerzo por echar la llave. A ver, casi la tengo, intento girar... ¡nooooo!, se han vuelto a escapar, flotan, me rodean y ahí estoy, en el suelo, sentada con las piernas abiertas y estiradas, llorando como una niña.

Dejadme, dejadme un rato llorar, en un momento me levanto y empiezo de nuevo a recoger, una por una. En unos días, un par de semanas, quizás un mes lo lograré, volveré a cerrar el baúl, me pondré de nuevo la coraza y entonces podréis decir de nuevo: mira, allá va Pandora, la impasible, la exigente, esa tía rara que siempre camina sola.

¿Y tan a gusto?

Bueno, pues tan a gusto...

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