Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

lunes, 7 de febrero de 2011

Día 16

Ya os he dicho que no todo es armonía y rodar sin freno, en esta cuarentena mía. A determinadas horas se me abraza al cuerpo una especie de inquietud, cual amante posesivo, y me reclama toda su atención. "Sácame a la calle Mel" me grita, recordándome que hace un tiempo primaveral, que ni Maru lo hubiese soñado, por muy fan que sea, para un día de febrero.
"Sácame a la calle Mel". Y esta ansiedad mía, que yo achaco a la falta de nicotina, por darle una explicación, qué tontería, me arranca de todos mis propósitos de enmienda, de todos mis afanes para reconducirme y reconvertirme en una mujer disciplinada, organizada y multidisciplinar. Yo y mi ansiedad soltamos lo que tenemos en las manos, nos enfundamos en un abrigo, nos calzamos nuestros zapatos ligeros y nos lanzamos a seguir nuestros pasos perdidos. Los mismos de siempre, somos poco originales, así que sin gran duda, nos dirigimos hacia la Plaza de la Independencia, nos deslizamos Alcalá abajo y derrapamos en Recoletos, para acabar sentadas en un banco. Justo junto a Pepita, pobre, con su vestido de volantes de mármol, que, con la vista fija en el infinito, ni se entera que en el banco de al lado se ha acomodado una congénere dos siglos más joven que, ansiedad a cuestas, saca un cuaderno y se lanza a escribir, de forma compulsiva.
Mientras, se escucha, como música de fondo, el devenir de dos monopatines acrobáticos y el ruido de los coches, y pasan, como sombras, paseantes o urgentes caminantes con destino fijo.
Y mis piernas, a pesar de que hoy se resienten de ciertas agujetas -agujetas, por otra parte, bastante reconfortantes- me dicen que aún no se cansaron, que están dispuestas para seguir dando vueltas sin sentido, tras esta ansiedad nuestra que nos ha salido bohemia esta tarde. Y como no nos cuesta pecar de comprensivas compañeras de fatigas, mimamos y colmamos de contemplaciones a esta ansiedad nuestra, como si de veras fuera ese amante posesivo que nos trae por la calle de la amargura. Quizás se evapore con una caladita -mentira, mentira...-; además, en el fondo, por mucho que hayamos madurado, nos encanta tener por un ratito, por un ratito corto, a ese amante caprichoso que exige nuestra atención (en realidad somos ladinas e interesadas, esta ansiedad nuestra no hace más que darnos el capricho de contemplarnos a nosotras mismas, qué galimatías).

En serio, no sé que temperatura hace, pero llevo tres hojas de cuaderno y no siento ni un ápice de frío.

No hay comentarios: