Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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domingo, 30 de enero de 2011

Olvid-arte

Como ya se acerca San Valentín, no está de más publicar alguna de esas cartas confesión que recibimos de nuestras lectoras. La que viene a continuación nos la envió una lectora anónima hace tres semanas. Dramático ejemplo de amor sin sentido:

Tuve un novio con el que el día a día era una emoción constante. Había determinadas zonas de Madrid en las que me avisaba que en cualquier momento podía ser alertada con un empujón, lo que exigiría de mi una capacidad de reacción asombrosa. En ese momento, mi misión era disimular -no servía mirar el cielo y ponerse a silbar- y aparentar que era una viandante, o una clienta del centro comercial, desconocida y totalmente ajena a él. Pensar en ello me producía cierta ansiedad. Cuando entrábamos a comer a un restaurante, lo primero que hacía era estudiar el terreno, ver si había alguna mesa libre bajo la cual me pudiese ocultar o elegía un grupo de amigos o una familia cualquiera, a la que me podría incorporar, después de tirarme al suelo y rodar, sin que estos me echasen de la mesa o montasen un escándalo.
El motivo variaba, uno era el barrio de su ex-mujer, donde supongo nos podía ver algún miembro de su antigua familia, algún amigo de su hijo, o claro, sus propios ex-mujer e hijo. Luego estaba el barrio de su ex-novia, el barrio de su otra ex-novia, el barrio de sus padres, el barrio de su otra ex-novia... (El motivo, que lo analice su psicólogo algún día si tiene tiempo, yo ya paso). Total, que Madrid se nos quedaba realmente pequeño. Como además de idiota yo estaba enamorada, o quizás porque estaba enamorada era idiota, el caso es que prometo no volver a estar enamorada y ser idiota, o espero no ser tan idiota como para volverme a enamorarme de nadie cuya convivencia me "exija" ser idiota. A lo que iba, que yo a aquello decidí darle un toque de normalidad, imaginándome, yo que sé, que salía con una especie de agente secreto, y a ratos justificándole porque pobre, ¿pobre?, pobre pues porque cualquier tarde me contaría cualquier historia lacrimógena y yo achacaría aquella manía a esa lacrimógena historia cuyos horribles efectos yo quería apartar de su vida, porque yo, claro, ahora estaba allí para hacerle más sencilla su complicada vida ¿?????????? ¿Entiendes algo? Yo tampoco.
El caso es que una tarde en que nos fuimos de compras por el barrio de su ex-novia, de una de ellas Después de ayudarle a elegir unos boxers lisos, ideales, de diferentes colores, recibí el empujón cuya amenaza, en el fondo, siempre me había parecido una broma. Mientras yo caía sobre una mesa llena de corbatas, le vi avanzar con la mano en alto, saludando a un grupo de mujeres que, de espaldas a nosotros alcanzaban, quinientos metros más allá, las escaleras mecánicas.
"Falsa alarma" me dijo sonriendo al volver a mi lado. Sin otra disculpa, agarró mi mano y tiró de mí, mientras yo, abochornada les daba las gracias al dependiente y al amable viejito que me habían ayudado a levantarme. Aquella tarde algo empezó a despertar en mí, pero ya os dije que yo antes era idiota, así que todavía aguante unas semanas a su lado creyendo que nos queríamos mutuamente.
Aguanté unas semanas, hasta que un día cualquiera y de manera tan irracional como había empujado mi cuerpo, me empujó verbalmente a abandonarle definitivamente. No sé ni qué me dijo, pero sé que en ese momento me di cuenta de que era absurdo querer a un tipo así; aunque asumirlo me costó bastante más. Sin embargo, qué raros somos los humanos, mucho, mucho tiempo después, lo que más me duele, es que no llegase a estrenar conmigo aquellos preciosos boxer de color verde que elegimos aquella tarde, es lo que me hizo sospechar que había conocido a otra...

1 comentario:

Anónimo dijo...

A ese tio le olían los sobacos, pero fijo. Y no te dabas cuenta porque efectivamente, estabas idiota. Que le den por sac, a el, y a los de su calaña. A otra cosa, mari Blasa...