Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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jueves, 25 de marzo de 2010

Los libros de mi vida I

La madre de LP, que fue mi primera amiga íntima, tenía una biblioteca recopilada en su niñez impresionante. Gracias a ella conocí a Celia, esa niña bien de la calle Serrano que jugaba en el Retiro bajo la vigilancia del ama, que luego quedó huérfana de madre y vio hundirse los negocios de su padre, tuvo que dejar de ser una niña bien de la calle Serrano y ocuparse de la casa y de cuidar a sus hermanos, le pillo la guerra, se marchó a Argentina, trabajó de institutriz y por fin pudo regresar a su país, cuando Jorge, que ella creía que había muerto en la guerra, la localizó; claro que todo eso lo leí luego, poco a poco, porque después de engancharme al primero empecé a juntar mi paga semanal de veinticinco pesetas para, más o menos cada tres meses y medio acercarme a Maguilar (en realidad, M. Aguilar), pasarme horas y horas eligiendo y llevarme luego uno de esos libros cuadraditos de portadas azules donde Elena Fortún, además de contarme las aventuras de Celia, me enseñaba historia, sociedad y costumbres de la España de principios del siglo pasado. (El mejor de todos, una joya que encontré muchos, muchos años después, en casa de mi amiga Maruchi en Gijón: "Celia en la Revolución", que es digno de leer pero difícil de encontrar).
Pero estábamos en la biblioteca de la madre de LP, gracias a la cual también conocí la historia de "Tú a Bostón, yo a California", pero que en versión libro y sin ser producto Disney se llamaba "Las dos Carlotas", que algún día me encantaría encontrar en la feria del libro antiguo. Tenía un montón de comics la biblioteca de LP y una colección sobre aventuras en la India o sobre niños viajeros y uno de ellos transcurría en la India, de los que apenas recuerdo nada, pero que contenía una leyenda monísima: Cuando Dios fabricó el primer hombre lo metió en el horno, no calculó el tiempo, y se le quemó. Repitió la operación con un segundo hombre, pero esta vez, por miedo a que su nueva criatura se le chamuscara de nuevo, lo sacó del horno antes de tiempo y salió blancuzco y casi crudo. Como a la tercera va la vencida y ya había tenido las dos experiencias anteriores, el tercer hombre que fabricó lo sacó Dios en su punto, ni demasiado cocido, ni demasiado crudo, sino con la piel tostada de los hombres que caminan por la orilla del Ganghes.

Y es que ya os lo digo yo, todo depende del balcón del que se mira o cada uno cuenta la historia desde su punto de vista.

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