Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

miércoles, 10 de marzo de 2010

Santo y seña

Cuatro cuentas de correo, mi acceso a blogger, cuenta en facebook, el código pin de mi móvil, las claves de acceso de mis tarjetas bancarias, las claves de banca telefónica, mis cuentas de acceso a diferentes páginas web, el código de mi maleta, el de mi candado del gimnasio... Ejercito la memoria aún más que cuando recito los fragmentos de La Venganza de Don Mendo que me sé de memoria. Y claro, al final me tuvo que pasar.
Accedí a Mac mi primer día y rellené todos los campos que mi muchachote americano me pidió, alegremente, sin poner demasiada atención. Así que esta tarde, al intentar cargar actualizaciones, después de caer en la cuenta que la clave que me pedían no era ningún número de serie del software, sino una contraseña creada por mí de la que no recordaba más que tres letras y desconocía el resto, y éste se volvió inalcanzable, por mucho que exprimí mi cabeza siguiendo las coordenadas caprichosas de mi lógica, el pánico me dominó. Dios mío, mon Dieu, oh my God, entre Mac y yo se interponía una barrera y yo era la principal causante, así que me correspondía arreglar el desaguisado.
Afortunadamente encontré un número de soporte telefónico al que tengo derecho durante los tres primeros meses de mi relación. Problema resuelto, una sensual, a la par que guiri, voz varonil ha puesto fin a nuestra primera crisis y Mac vuelve a estar en mis manos, expuesto a todos los caprichos de configuración que se me ocurran.
Siempre he confiado en mi memoria, pero a veces pienso en el cambio que supondría en mi vida olvidar de pronto todas esas claves, códigos y contraseñas que uso a diario, supongo que debería apuntarlas me repito a veces, luego, me digo, y espero que ese luego sea antes de que llegue el olvido...

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