Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

miércoles, 29 de abril de 2020

¿Nada?


Dicen que cuando todo esto acabe no seremos los mismos. Yo me miro y me remiro, y la verdad, no veo grandes cambios, sigo siendo igual de desorganizada con mis horarios estudiantiles, y veo que al final llegaré a todas mis PEC y exámenes en el último minuto. No he tenido grandes revelaciones, y aunque medito, aún no he alcanzado el nirvana.

Es cierto que hay muchas cosas positivas en este aislamiento: me encanta ir descalza todo el día, no sé como volveré a meter los pies en las últimas botas que me compré y que parecía que ya tenía domadas, tampoco me preocupa, me adaptaré, como nos hemos ido adaptando a esto; he retomado el yoga, una de las cosas más enriquecedoras que llegaron un día a mi vida y que tenía bastante abandonado, nos juntábamos y abandonábamos cada cierto tiempo, espero ser capaz de levantarme a las seis de la mañana todos los días cuando vuelva a trabajar, porque es algo que merece mucho, mucho la pena; gracias al yoga, además, me he reconciliado con mi cuerpo, que va recuperando algunas curvas y hasta me palpo la mayoría de los huesines sin problemas, tampoco os hagáis ilusiones, volver a mis medidas de los veinte o treintaytantos a estas alturas lo veo muy difícil y hay zonas que no sé si algún día volverán a su ser, debería dejar algunos caprichos dulces, eso sí; puede ser que este aislamiento me haya hecho superar alguna cosa que tenía que superar, de una manera más calmada, más racional y más adulta, aunque aún escueza hay que aceptar las cosas como son y no merece la pena empeñarse en algo que no va a ser perfecto, siempre dentro de la imperfección claro, no creo en la perfección; y os confieso que no tengo ninguna gana de volver a trabajar, no me gusta mi trabajo, es un "ave de paso" y no lo echo de menos, pero también sé que cuando vuelva a incorporarme lo haré con el sentido de responsabilidad con el que siempre he afrontado aquello con lo que me comprometo, por otro lado, pequeños encarguillos y este blog recuperado me alertan sobre lo fácil y lúdico que me resulta escribir, tengo que reconvertirme antes de volver a pisar un aula y ahí hay trabajo que hacer o un punto donde enfocar energías; tengo la suerte de pasar más tiempo con mis progenitores y quizás algún día recuerde estos días y dé gracias por ellos, a día de hoy me siento incluso culpable por no dedicarles más tiempo y andar la mayor parte del día metida en mis estudios, mi yoga, mis videovinoconferencias y mis historias, de todos sus hijos quizás sea la más hosca en la relación paternofilial, y la menos parlanchina, pero tampoco estoy tan mal, digo yo; y otra cosa, me reafirmo en mi amor incondicional por todas aquellas personas que ya sabía que quería, quizás el confinamiento no hacía falta para ello, pero está bien pararte a pensar de vez en cuando en lo importantes que son en tu vida.

Está claro que también hay cosas negativas en el aislamiento ¿para qué hablar de ellas? Ya os dije en el último post que estos días también es nuestra vida -me niego a verlos como un paréntesis- y de la vida siempre hay que procurar quedarse con lo positivo.

Enlazando ideas, os diré que ahora mismo me viene a la cabeza una de las últimas frases de Nada (y os prometo que para la próxima os hablaré de Carmen Laforet, con la que he coincidido este año en un par de asignaturas y de la que el otro día vi un documental maravilloso, pero esto ya os digo, lo contaré en el próximo): De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada. Al menos, así creía yo entonces.

Dicen que cuando salgamos de aquí seremos diferentes, yo ahora quizás os podría decir que creo que de aquí no me llevo nada, pero después de escribir esto tal vez no esté ya tan segura.


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