Más de un mes ya. No es raro a estas alturas sufrir un altibajo, ¿no? Y sentirte tremendamente egoísta e infantil, porque comparado con lo que están pasado muchas personas, algunas muy queridas, lo tuyo no es nada.
Te callas. Lo rumias. Lloras. Y te sientes sola, muy sola. Y te pones a escribir poemas rápidos, absurdos y poco artísticos.
Chica montaña,
ferruginosa por fuera,
moldeable magma interno.
El blindaje de pensamientos positivos
se cae.
Sin darte cuenta,
te rodean las ganas de que P
sea E y no solo F,
o de que C o A, o las demás
letras del abecedario,
averigüen lo que pasa por tu cabeza
y aparezcan por arte de birlibirloque
cada vez que flaqueas.
Niñerías, egoísmo,
sentimiento de culpa
por
centripear
mientras la ciudad llora.
Yo, ego, vértigo emocional,
maremagnun de encierro.
Pues nada, resulta que no he sido yo sola. Creo que la tormenta del fin de semana llegó con tanta carga eléctrica que nos desconfiguró el ánimo a buena parte de la población. No pasa nada, seguimos, nos levantamos, sonreímos y confiamos, confiamos...
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