Me desperté sobre las 7:30 horas de la mañana. Veía sombras de gente que pasaba delante de mi puerta cerrada. Dudé si levantarme, para averiguar quien recorría sin permiso los pasillos de mi casa. Me dije que era absurdo, no podía ser nadie. Imaginaciones mías. Demasiado reales, eso sí. Me quedé en la cama, despejando con la lógica cualquier inquietud. Entonces, oí el inconfundible “chas, chas, chas…” de unas chanclas bajando la escalera.
Debí despertar un
poco más. Mi puerta estaba abierta, así que no podía haber visto con estos ojos
las claras siluetas proyectadas tras ella, que mi imaginación me había mostrado
unos minutos antes. Llegué a la lógica conclusión de que todo había sido un sueño.
Al bajar al salón, sobre la mesa, he
encontrado un puñado de piñones y unas flores…
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