Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El otro Mario

Ayer escuche a Mario. Me gustó su discurso. En esa sala llena, pero tan recogida y de aspecto tan petit comité, tan caserita. Habló de su vida, de sus países -Perú y España-, de su familia, de la lectura, de la escritura. Contó como creció huerfano de un padre al que creía muerto, que luego no lo estaba y volvió a su vida para quitarle la inocencia y su mundo ideal de infancia, convirtiendo la lectura y la escritura en su último, su gran, refugio. Se emocionó hablando de su mujer, pieza imprescindible de su vida, tanto, que a ratos le reprocha "lo único que haces bien es escribir". Desveló como en la escuela militar comprendió que el Perú era una realidad mucho más amplia que esa sociedad perfecta de clase-media alta en la que había vivido hasta entonces. Celebró haber vivido de cerca e in situ la transición española y el hervidero cultural que era entonces nuestro país. Describió como es su oficio de escritor, las horas apasionantes de inspiración y la horas bajas de sequía. Habló desde la emoción del ser humano que ha vivido y ha tenido la suerte de no perderse en el limbo de los "escribidores" sin rumbo.
Allí estaba Mario con esa figura de hombre bien plantado, con su enorme sonrisa blanca y su pelo plateado desde hace años. Con un bigote tímido que yo no había visto hasta entonces y un aspecto que ya delata figura más de venerable procer, que de galán de altura. Y su acento, qué acento.
Y emocionaba. Porque ese Mario, igual que el otro, igual que otros y otras, a la larga nos ha acompañado a lo largo de muchos años. Es el Escribidor de ese libro tan loco en el que conquistaba a la Tía Julia, mientras escribía delirantes radionovelas que se entremezclaban, liaban y acaban, al fin, como el rosario de la aurora. Uno de esos libros fetiche y surrealistas, que pasaron por las manos de todos, o casi todos, los hermanos. Es el artífice de nuestro primer acercamiento a un Perú de sierras y hombres de fisionomía inca, tan lejano y arcano, que para zambullirte en él, primero tenías que sumergirte en esa prosa intrincada y espesa, tan dura en las primeras hojas, pero tan envolvente una vez asumida. (Yo creo que años después, cuando visité el Perú, encontré por sus calles a los protagonistas de sus novelas, a Lituma, a los visitantes de La Casa Verde. Digamos que llegué documentada gracias a él y, en contrapartida, en aquel viaje completé el escenario de sus historias.)
Hace tiempo que no leo a Mario. Pero creo que es un buen momento, ahora que hace semanas no me engancho a ninguna ficción, fuera del cómic. Y creo que no tiraré de biblioteca. Iré, miraré, oleré y atraparé un Vargas Llosa fresquito y mío, mío, mío.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Si, si, si, si pero es vikingo y eso, amiga mía, le resta, qué quieres que te diga.

Anónimo dijo...

que vikingo ni que leches? Explicate, hombre hormiga!

Anónimo dijo...

Que es merengue, blanco, madridista hasta las trancas, pero una cosa mala, mala. Hay Mario, Mario, que al final se te vio el plumero.

Maruxiña dijo...

Hombre hormiga, me preocupas, el futbol está matando tu vocación de filólogo. ¡Tantos años estudiando en el autobús para terminar así!

Anónimo dijo...

Entonces llámeme mirmidon y elevemos la categoría de mi comentario ma chere poetesse