Hoy me dirijo a un curso de comic en una biblioteca municipal. Retomo de nuevo, por enésima vez, mi vieja afición a rellenar mi vida con cursos de lo más peculiar y variado. Me encanta, este año mi agenda está llena de extraescolares.
Levanto la vista del cuaderno en el que escribo, siguiendo el carril-bici de O'Donnell, preguntándome si hoy descubriré a donde lleva.
Mientras, en mi autobús 28 me vuelven imágenes antiguas. Recuerdo a R. golpeando el cristal del autobús, estacionado en la primera parada de la línea, y nuestra conversación a través de el ventanuco abierto, porque, como siempre, llegaba con el tiempo justo y no podía bajarme para disfrutar de un abrazo de los suyos, aunque hiciese siglos -los siglos entonces computaban menos años que ahora- que no nos viéramos. En la esquina de O'Donnell con Narvaez, recuerdo a D., un año después de lo anterior, más o menos, sentado en el coche, esperándome, con Gomaespuma en el dial, para poner rumbo al despoblado polígono en el que trabajábamos.
Sigo mirando el carril-bici, continúa por O'Donnell y más allá, hasta bien entrado Marqués de Corbera. Juego con la idea de que quizás, uno de estos días, armada con el vehículo apropiado, pueda hacer este mismo trayecto en bicicleta. Pero el carril-bici se pierde de repente.
Unas manzanas más allá, me bajo del bus. Justo delante de la puerta, a través de la cual me pierdo en el apasionante mundo del cómic.
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