Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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martes, 28 de mayo de 2013

El misterio de la lechuga VIII: Nos vamos de rositas


Por fin parece que Mel reacciona. Se dirige hacia el ventanuco. Entre las dos apilamos tres cajas de conservas para que nos resulte más cómoda la salida. Primero ella y luego yo, nos encaramamos al ventanuco y nos dejamos resbalar hacia el bidón de cerveza vacío que sigue apostado contra el muro exterior.

Una fuerza mágica parece guiarnos porque, a pesar de lo dificultoso que es dejarte caer de cabeza hacia un bidón vacío y no partirte los dientes en el intento, las dos alcanzamos el exterior con los pies sobre el asfalto y el cuerpo intacto. Aún más, el bidón permanece en su sitio, sin que ningún ruido haya podido alertar a nadie de nuestra huída. Una de dos, o acabamos de aprobar con nota el curso acelerado de espías como nosotras o el ángel de la guarda de alguna de las dos renunció a la jubilación en su día. Sea lo que sea doy gracias a Dios y me hago el propósito de no olvidarme de hacer alguna buena acción, de aquí a tres días como mucho.

La suerte nos sigue acompañando. Conseguimos meternos en el coche mientras esa parte del polígono continúa desierta. A pesar de todo no logro convencer a Mel de que me deje conducir a mí.

- No digas tonterías, Maru, es mi coche y yo conduzco.
- ¿Estás bien?
- ¿Por qué no voy a estarlo?

"Ay, madre, negación de la evidencia, simulación de que no ha pasado nada, te conozco Mel, sé que cuanto más tardes en explotar más vueltas le darás a la cabeza y más tiempo durará tu discurso de autoanálisis, reflexión, determinación y propósito de enmienda de cara a futuro. Por favor, por favor, que no sea el día que tengo entradas para ir al teatro." Naturalmente pienso todo esto pero no digo nada, yo también tengo mi vida interior. En lugar de eso:

- No sé Mel, te acabas de enterar de que ese tipo tan maravilloso y excitante con el que has estado saliendo las últimas semanas no es más que un mentiroso compulsivo. Por cierto, está un poco fondón.
- Mira Maru... Mel se aproxima con los ojos incandescentes.

"No, por favor, aquí no, vámonos de aquí, no quiero tener que explicarle a la policía por qué nos hemos colado de noche en un almacén privado. ¿Qué les podríamos decir: estábamos investigando el robo de unas hojas de lechuga, nos puso sobre la pista un detective que resultó ser el dueño de la empresa al cual han arrestado y nos ayudó a escapar una tía que tiene una granja de caracoles en el sótano?" Eso es más o menos lo que pasa sobre mi aturdida cabeza, pero antes de que pueda hablar otro acontecimiento tipo encuentros en la tercera fase se sucede.

Mel se lanza sobre mí. Me pone una mano sobre el pecho derecho y me besa en la boca. "Qué c... pasa, se ha vuelto loca, Mel ha sufrido desengaños mucho más grandes y nunca se le ha ocurrido cambiar de bando. Y además ¿yo? Vale que una no está mal, pero nos conocemos de toda la vida, una no puede decidir que ahora le gustan las mujeres y lanzarse sobre su mejor amiga, sobre todo si ayer mismo tu amiga y tú habéis estado sentadas frente al parque de bomberos comiendo pipas y poniendo nota a los efectivos del barrio. (Sí, es un poco adolescente, pero es una tradición que mantenemos desde que íbamos al instituto, y hay tradiciones que tienen su encanto). Eso no se le hace a una amiga..."

De pronto unos golpes suenan contra el cristal de mi ventanilla. Me vuelvo y me encuentro a un policía golpeando el cristal con su linterna.

- ¿Qué hacen aquí? - Nos dice enfocándonos primero la cara y luego el escote, una tras otra- ¿Necesitáis ayuda?

Lo que nos faltaba, el poli guarro...

- Yo... nosotras... esto, verá agente - tartamudea Mel, sin alterarse, como si no hubiera roto un plato en su vida.

- ¿Qué pasa Gutiérrez?, se oye una voz al diez metros atrás.
- Nada jefe, dos tías metiéndose mano en un coche.
- Pues que se vayan rapidito, han tenido suerte, bastante marrón tenemos aquí, como para perder el tiempo con tonterías.

- Sí, perdón, lo siento mucho, no volverá a suceder - repite Mel mientras cierra las ventanillas. Arranca el coche, maniobra con cuidado para dar la vuelta y pone la radio. Al pasar junto al policía vuelve a poner su cara de mujer apaleada y temerosa y le saluda con la mano- Adiós so cerdo, mira que eres idiotaaaaaa, grita ya en la puerta del polígono mientras pisa el acelerador y sube la música a tope.

Ahora lo entiendo todo. Esta tía es genial, a pesar de que es ella la que nos ha metido en este embolado no dejo de felicitarme por haber llegado tarde el primer día de clase en quinto de EGB y haberme tenido que sentar con la nueva del pelo color zanahoria.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Menudo derrape estaba dando la historia, como mola, me voy a mi central de planchado, el vapor me alivia los efectos de esta odiosa alergia, tuya siempre Brigitte Bardot