Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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lunes, 20 de mayo de 2013

El misterio de la lechuga parte VII. Se descubre el pastel


Como era de esperar, Mel se hace la loca y no me responde. Se vuelve hacia la chica de los caracoles y empieza a interrogarla. ¿Está segura de que están hablando de la misma persona? Angel Facundo Tomé Salazar, lo repite tres veces en diferentes tonos y velocidades.

- Sí, claro, es el dueño de la empresa - contesta la chica que nos indica que su nombre es Carla y que por favor dejemos de llamarla "chica de los caracoles".

Para asegurarse, Mel saca el móvil, entra en su galería de imágenes y le enseña tres fotos a Carla. Cuando quiere Mel es una tumba, llevo días pidiéndole que me enseñe una foto de su misterioso amante y las llevaba en el móvil. Si algún día me hago espía quiero formar equipo con ella, estoy segura que sería capaz de dejarse arrancar las uñas antes de violar el más mínimo secreto.

- Sí, es él, aunque en las fotos parece más amable que en persona. ¿De qué le conoces?
- Es mi novio.
- Pues está casado. Aunque no creo que eso le importe demasiado, se comenta que está liado con más de una de la oficina.

Los ojos de Mel se van inyectando de sangre por momentos.

- ¿A qué hora entra?
- No tiene horario fijo. Le encanta aparecer a cualquier hora, y en cualquier turno. Nunca avisa, no se sabe si vendrá o no vendrá. La verdad es que tiene pinta de ser un tío muy controlador, aunque yo creo que es el típico que cuanto más tiempo esté fuera de su casa mejor...

Carla se encuentra a sus anchas. Su tono ha adquirido un cierto tinte a programa rosa de televisión. Sigue durante un rato contándonos todos los cotilleos que corren sobre el jefe por los pasillos del almacén.

Mel está que trina. Tiene la cara roja. La conozco, la rabia está inundando su cuerpo. Me dan ganas de decirle que respire hondo y aplique algunas de las nuevas técnicas de relajación que aprendió la semana pasada en ese taller titulado: "No dejes que la furia te invada". Pero está claro que todavía tiene mucho que aprender y yo desde luego no pienso mover ni un pelo, si puedo evitarlo. Está claro que yo también tengo que trabajar lo aprendido en el seminario "No es sano huir siempre del conflicto".

La tensión se masca en el ambiente. Bueno, la masco yo, porque Carla está en plan Mariñas y no se entera de nada. 

- ... eso fue en Semana Santa. Su mujer se enteró y lo dejaron. Ella se pasó al turno de noche y coincidían menos. Pero en la fiesta de Navidad del año pasado se volvieron a liar, les vio uno de los jefes de equipo, en la sala donde se corta el jamón. Bah, aquí pasa cada cosa. Yo que vosotras no comería en ningún restaurante de la cadena. Pero a lo que iba, después de la reconciliación con Merche, nos enteramos que está liado con dos más, una del turno de mañana y otra del de tarde. Yo no sé como lo hace, pero en mi equipo nos divertimos contando el día de la semana que se reúne con cada una. Ya lleva mes y medio que los domingos y los martes se pasa por el turno de noche. Y la verdad que no falla, hoy me le he cruzado yo por el pasillo.

- ¿Está aquí? Mel se levanta como una exhalación. ¿Donde está ahora? ¿Cuál es su despacho?

Como buena periodista del corazón a Carla se le ilumina la cara. Aquí hay tema, parece que piensa.

- Ven, que te llevo.

En dos segundos me veo corriendo tras ellas, escaleras arriba. Volvemos a la planta del almacén y lo cruzamos al trote. Por el camino veo que Carla va haciendo señas a algunos de los trabajadores, que también se ponen a seguirnos. Cuando llegamos al pasillo derecho de la nave somos un grupo de unas veinticinco personas que van bajando su tono de voz a medida que nos acercamos a una puerta. En una pequeña placa de plástico color negro se lee DIRECCIÓN.

- Aquí es - le susurra Carla a Mel. Da un paso hacia atrás y se pega al grueso del grupo, ahora totalmente silencioso. Mel avanza hacia la puerta pone la mano en el picaporte y entonces se monta un jaleo mortal. 

Por una parte veo como Mel gira el pomo y empuja la puerta que se abre hacia dentro con violencia. Frente a mí, al fondo de la habitación veo a un tipo fornido, un poco cachas un poco "pasado de peso", es decir el típico tipo prototipo que encandila a Mel con solo guiñar un ojo. Sobre sus rodillas está sentada una pelirroja con una chaqueta roja parecida a la que yo llevo, pero mucho más pequeña y seguramente menos olorosa. Sobre la mesa se reparte una enormidad de dinero apilado en montones preparados para ser introducidos en el maletín abierto sobre a esquina izquierda del tablero. Ángel Facundo se vuelve iracundo hacia la puerta, pero su enfado se transforma en sorpresa en el momento en que creo que descubre a Mel plantada en jarras delante de la puerta.

Por otro lado, pero en el mismo intervalo de tiempo, noto que detrás de mí el jaleo es cada vez mayor, me parece oír sirenas y las voces se convierten en griterío. De pronto noto que me empujan hacia un lado. Alguien me sujeta y por el hueco donde antes se encontraba mi cuerpo veo pasar tres tiarrones de casi dos metros vestidos de paisano y cinco policías uniformados, dos de ellos mujeres. Van armados con pistolas imponentes y a pesar de que no hace falta, pues su sola visión nos hace pegarnos a la pared como si fuéramos una sola masa indisoluble, van gritando "dejen paso, dejen paso".

Carla, con esa rapidez de reportera innata que debe portar en sus genes agarra a Mel de la mano y la aparta de la puerta. Me busca con la mirada y me hace una seña. Comprendo de inmediato, me sugiere que salgamos de allí y no me lo pienso un segundo.

Mel está aún más aturdida que cualquiera de los presentes. La agarro del brazo y me escabullo con ella pegada a la pared, hacia el cuartillo donde está el ventanuco por el que he entrado. Mientras escapamos me llegan las palabras de una de las policías.

- Ángel Facundo Tomé Salazar queda usted detenido por indicios de evasión fiscal, blanqueo de capitales, delitos contra la salud pública y corrupción...

Vaya joyita, acierto a pensar mientras empujo la puerta del cuartillo. Tiro de Mel, cierro la puerta, me quito la chaqueta asquerosa y la lanzo al otro lado de la habitación. Vamos Mel, le animo tenemos que salir de aquí antes de que la policía tenga tiempo de organizar a los empleados. En unos segundos he tomado el mando de la situación, Mel sigue en la inopia, nuestro futuro está en mis manos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Definitivamente ese tipo no es de fiar, me consta. H.Poirot

Anónimo dijo...

Definitivamente ese tipo no es de fiar, me consta. H.Poirot