Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

miércoles, 8 de mayo de 2013

El misterio de la lechuga. Parte VI: Sopa de caracol.


Bajamos por una escalera estrecha. ¿Os he dicho alguna vez que las escaleras me dan pánico? Yo creo que en algún momento de mi niñez debí rodar peldaños abajo, sospecho de esa horrible estructura metálica que unía el patio del colegio con el tercer piso del pabellón secundario. Está oscuro y huele a humedad.

Enciende la linterna, ordena Mel. Me paro. Mi multifuncionalidad femenina se ve disminuida a mitad de una escalera metálica y angosta. Me niego a soltar la mano con la que me agarro a la barandilla pegajosa. Cada uno es como es, y yo la verdad soy miedosa, pero poco escrupulosa. Prefiero el riesgo a una tiña galopante que la posibilidad de perder la verticalidad y el dominio de mi propio cuerpo. Por eso, deposito el lomo que empuño en la mano izquierda y me lo pongo entre las piernas. Busco la linternita en mis bolsillos, la encuentro en el trasero derecho del pantalón. Desafortunadamente la búsqueda me vuelve a recordar que llevo sobre mi cuerpo una chaqueta apestosa. A Dios gracias, el olor a humedad del sótano, que a medida que hemos ido descendiendo tira ya a podrido, solapa los efluvios chaquetiles. Además, tengo tantos centros de atención (barandilla, lomo, linterna, pies...), que no puedo permitirme más.

Agarro la linterna, le doy al botoncillo trasero y la sujeto con la boca. Recupero el lomo y me dispongo a continuar el descenso.

¿Pero qué c... haces? Me grita susurrando Mel como solo ella sabe hacerlo. Miro hacia abajo. Yo todavía estoy en el quinto escalón y ella ha bajado los dos tramos de escaleras. Está comprobado que Mel ejerce sobre mi algún tipo de poder, o que sus gritos susurrantes me atemorizan en mi subconsciente, el caso es que me pego una carrerita olvidando todos mis miedos y en un pispas estoy a su lado.

¿Quieres dejar de hacer ruido? Mi trotecillo de caballo percherón ha debido ser menos sigiloso de lo que yo pensaba. Vamos, he visto una luz al final de ese pasillo. Apaga la linterna.

¡Enciende, apaga, enciende, nananana! pienso y articulo con mis labios y la lengua medio fuera sin decir palabra, mientras muevo la cabeza.

Y deja de hacerme burla, que pareces una cría, que manía más tonta tienes. Dice. Está delante mío, es imposible que me haya visto. No sé como lo hace, hay veces que pienso que me conoce tan bien que me da miedo. En ocasiones me propongo ocultarle retazos de mi vida para ver si dejo de ser tan transparente para ella. Por ejemplo, si me encuentro con ella por la calle y me pregunta ¿donde vas?, en lugar de decirle al médico, me lo invento y le digo que voy al super, que es una cosa anodina y no puede añadir información personal de ningún tipo. Es cierto que esos propósitos de ser misteriosa se me olvidan enseguida y tengo que hacer un verdadero esfuerzo para recordarlo.

Pero volvamos al sótano: Apago la linterna, cierro la boca y sigo sus pasos. Tiene razón, a lo lejos se ve el destello de una luz. Nos acercamos con cuidado. Llegamos a un recodo y nos asomamos. Un metro por delante vemos una puerta abierta. La luz sale de allí.

Maru, qué emoción, Churri está ahí seguro. Vamos. Levanta el jamón con las dos manos y avanza segura y decidida. Empuño mi lomo como si fuera un bate de béisbol y la sigo. Llegamos en dos zancadas hasta la puerta. Nos plantamos hombro contra hombro en el umbral y gritamos a la vez: ¡Alto, arriba las manos! (Nos encantan las películas policiacas).

Frente a nosotras la chica a la que veníamos siguiendo se gira con cara de sorpresa. Es bajita, morena, pecosa y tiene cara de no haber roto un plato. Delante de ella hay un terrario lleno de caracoles y hojas de lechuga.

¿Caracoles? Pregunto sorprendida.

Sí... yo... ay... ¿Como lo habéis sabido? No digáis nada... yo... La chica titubea, balbuce, inicia un monólogo incongruente. Se ve que la hemos pillado con las manos en la masa, pero yo no acabo de entender qué ocurre.

Miro a Mel, también está desconcertada. La lechuga que estábamos siguiendo está siendo empleada para alimentar caracoles en un sótano. Es verdaderamente surrealista. Mel se recompone y coge las riendas.

¿Qué es esto? Explícate.

Entre lágrimas la chica nos cuenta que ella y su novio tienen un negocio de caracoles clandestino. Los crían en Cueva de Ágreda, un pueblo de Soria. Viven allí, pero como ella encontró trabajo en Madrid pasa aquí la semana, en casa de su prima. Los domingos los trae a la empresa y los cuida en el sótano hasta el miércoles, que es el día de la semana en que el cocinero del restaurante francés que se los compra se acerca a por ellos. No ha dicho nada en la empresa, porque son muy estrictos, un poco negreros y unos bordes, añade, y nos pide por favor que no digamos nada.

Mi novio está sin trabajo, tenemos una hipoteca... Continúa.

Se me cae el alma a los pies y lamento el susto que le hemos dado a la pobre. A Mel se le escapa una lágrima. Ha bajado el jamón, que sujeta sin fuerza por la pezuña mientras la parte de arriba está apoyada en el suelo.

¿Así que la lechuga era para alimentar a los caracoles? No te preocupes, no se lo diremos a nadie. Pero aún queda una cosa por resolver. Dice Mel. Noto que su mano recupera fuerza y agarra firmemente el jamón. ¿Qué has hecho con él?

¿Con quién? Pregunta la chica, que ahora que parecía más calmada vuelve a ponerse tensa.
Con Churri
¿Churri?
Sí, el detective, Ángel Facundo Tomé Salazar. Chilla Mel fuera de si.
¿El jefe? Dice la chica incrédula.
¿El jefe? Repite Mel desconcertada.

¿Ángel Facundo? Me giro yo hacia Mel. ¡Tía Mel, Ángel Facundo! A nadie más que a ti le puede ocurrir esto, conocer y encapricharse de dos tíos con un nombre tan absurdo. ¡Angel Facundo! Manda narices.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Además que si, a quién se le ocurre?. No me a quedado nada claro la parte en que se pone el lomo entre las piernas mientras baja las escaleras, no se, me he perdido tratando de imaginarlo. Tuya siempre, Ángela Facunda Ciceron a de La France

Anónimo dijo...

Coloque usted la H por favor, Dña.Cicerona, a estas alturas de la vida y desprotegiendo al verbo "haber" de esa manera tan inhumana. Radamel Falcao

Maruxiña dijo...

Ma chère Cicerona, una H se le cae a cualquiera en un despiste, no se flagele usted. Creo que quedaba claro que el lomo entre las piernas era para detenerse con calma en la escalera mientras buscaba la linterna para no soltar el pasamanos pringoso. Lo releeré para evaluar ambigüedades. Gracias.

Anónimo dijo...

No si ambigüedad ninguna sólo que inicita a malos pensamientos, falsos testimonios y fiestas de guardar, qué se yo. Bisous. Brigitte Bardot