Veneno en La Riviera

Recordándonos que ya habían pasado veinte años, que veinte años no es nada, nos reunió ayer Kiko Veneno en la sala La Riviera. Y allí que nos fuimos. Me encantan este tipo de conciertos en que miras al público asistente y, cosa rara a día de hoy, observas que vuelves a ser de las "pequeñas". Ayer digamos que estaba en el justo centro, porque también había mucho "jovenzuelo", todo hay que decirlo.

Y como había anunciado en las redes sociales, Kiko en un mercedes blanco llegó...

Me encantó el concierto, aunque para mi sorpresa no me sabía más que la letra de algún estribillo y eso que ese disco fue de los más escuchados aquel caluroso verano del 92 o 93. El mismo en que me tuve que recorrer la Comunidad Valenciana, de bar en bar, no para hacer la ruta del bacalao, sino para acompañar a la rizosa rubia que ayer bailaba delante mio. Nuestra misión, comprobar que un premio al equipo de comerciales de una distribuidora de bebidas alcóholicas estaba justificado. Y qué caldoso estaba el Mar Mediterráneo cuando me volví a encontrar con él, después de al menos cinco veranos bañándome en aguas del Cantábrico.

La misma época en que la Banda de la Cazadora causaba estragos por la Sierra Norte de Madrid, tal y como comenté anoche con el hombre más musical de mi vida (es él quien se ha ocupado durante estos veinte años, y algunos más, de la Banda Sonora de nuestra vida en común, y cuando hablo de vida en común estoy hablando de una treintena de personas, o quizás más).

El concierto fue un ejemplo de buen hacer. Nos dieron un programa nada más entrar, plastificado, con una caricatura de Kiko en su mercedes blanco y otra del Lobo López. Y en el mismo orden indicado se sucedieron las 25 canciones anunciadas. Ahí es nada. Dos horas o más, sin sorpresas (la rubia rizosa se quedó sin ver desfilar a Juan Perro y otras esperables figuras de los 80) y sin bises (teatro el justo). Puede parecer raro, pero hasta ese "formalismo", le dio un toque especial al concierto que se suma al recuento de puntos positivos.

En resumen, que lo pasé de fábula. Y, sobre todo, en buena compañía. Gracias Mr. S.