¿Por qué te gusta el yoga? Me preguntó el otro día una de esas personas que disparan preguntas como si te estuvieran midiendo el alma. Preguntas directas y sin vía de escape que a priori te dejan desconcertada.
¿Por qué me gusta el yoga? Me paré antes de que el desconcierto me nublara y contesté. Contaba con un as en mi manga. El día anterior había llegado a la conclusión de que he encontrado mi elemento. El yoga me hace sentir como pez en el agua. Ahora tengo una herramienta que me permite manejar mi cuerpo y mi mente. Me veo bien física, anímica y espiritualmente. Es tan fácil como salir a pasear.
En otras ocasiones, apuntarme al gimnasio, acudir a la piscina, incluso montar en bicicleta, va precedido de una sensación de obligación no exenta de pereza. Aunque luego lo disfrute y me encuentre mejor, ponerme en marcha me cuesta.
Ahora estoy deseando que se reanuden las clases de yoga y mientras tanto me las he arreglado para poder practicar en casa diariamente.
El yoga ha parado el vertiginoso ritmo de mis pensamientos. No he dejado de pensar, ni me he quedado sin ideas, pero ahora fluyen más ordenadas. Ahora soy más consciente de todos los actos de mi día a día. Ya no voy como una moto a todas partes. Sé que hay tiempo para todo.
Creo que se han acentuado mis sentidos. Escucho, huelo, saboreo, veo, toco. Siento. Siento más intensamente que antes todo lo que me rodea. Tengo todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo activadas. Todos los poritos abiertos. Pienso en positivo. Y si de pronto me asaltan sensaciones negativas, no me agobio. Me digo que son normales y me observo.
Pienso en positivo y funciona. ¡Me gusta!