Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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lunes, 11 de noviembre de 2013

Esposa y sumisa


Sentado sobre su cama, la cabeza gacha y las manos entrelazadas, Don Francisco, el párroco de Redondilla, mira sin ver el rastro de luz que avanza sobre las losetas de la celda. Está amaneciendo y él ha dormido apenas una hora. No sabe cuanto tiempo lleva en esa postura, pero algo le impulsó, en determinado momento de la noche a erguirse, bajar los pies al frío suelo y permanecer así, durante horas. Intentó rezar, pero en su cabeza no dejaba de dar vueltas la absurda situación en la que se ha visto envuelto estos últimos días. Absorto en esos pensamientos que giran y giran se le ha pasado la noche y el momento se acerca.

Él, que siempre se ha mantenido en la sombra, disfrutando de la vida sencilla del pequeño pueblo en el que ejerce desde que salió del seminario. Comprensivo, afable, conocido y querido por los escasos cien habitantes del municipio, a la mayoría de los cuales ha bautizado, dado la primera comunión o casado. Respetado y apreciado por todos, incluso por los que no han pisado la pequeña iglesia ni para ver el retablo románico que es el mayor tesoro de Redondilla.

¿Por qué habría querido sacar los pies del tiesto? Él, que ha sido siempre modesto y discreto, que solo se ha relacionado con sus superiores cuando ha sido absolutamente imprescindible. ¿Por qué ese rapto de originalidad a esas alturas? Debió ser la emoción del viaje a Roma, mezclada con el contagio de la fiebre del divorcio que arremetió a las mujeres de la aldea estos últimos años.

Ese paseo por la capital Italiana, la alegría desbordante de conocer al pontífice en persona, el intercambio de impresiones con otros colegas de la orden. Se sintió innovador, sí, descubrió la importancia de la búsqueda de soluciones en grupo y con su pobre italiano se asomó al escaparate de esa librería y vio aquel tomo inspirador, que figuraba entre los más vendidos del último mes.

Pensando en sus feligresas, no se le ocurrió otra cosa que realizar un informe y enviárselo a su obispo. No supo mucho más hasta que leyó en el periódico que la editorial del arzobispado ponía a la venta "Esposa y sumisa", un manual para reavivar los valores tradicionales del matrimonio cristiano. Ni una mención a su nombre, ni una carta del obispo, ni de cualquier otra autoridad eclesiástica, ni siquiera de la editorial para darle las gracias. Haciendo un esfuerzo, ocultó su orgullo herido y lejos de reclamar la autoría del descubrimiento hizo un examen de conciencia y decidió acatar que la humildad y el anonimato tenían que seguir siendo los pilares de su vida.

Y así hubiera quedado todo si aquellas demoniacas feministas de la ciudad se hubieran quedado calladas. Dos meses después, con mucha sorna y mala idea, una periodistas liberal, atea y de mente sucia publicó un ensayo titulado: "Las perversiones sadomasoquistas de la pacata esposa y sumisa" que partiendo del inocente libro que él importó desde Roma en su casta maleta, le daba vueltas retorcidas hasta enlodarlo de sexo y prácticas prohibidas, pero con tanto buen hacer y tan buena maña que parecía quedar demostrado que el mismo libro original era un manual encubierto de BDSM.

Entonces sí se acordaron de él en el obispado, estaba claro que a alguien le iban a cargar la cruz y Don Francisco, ojeroso, con barba de varios días y el ánimo por los suelos, cual cordero que conoce su suerte, rogaba por estar a la altura de su injusta penitencia.

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