Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

jueves, 18 de abril de 2013

El misterio de la lechuga IV: Allanamiento de nevera.


Freezzingpoint, esa es. Sigue. Aparca ahí, me dice Maru señalándome el más allá. Un sitio vacío, detrás de la última farola, cerca de unos contenedores y pegado a la valla que rodea el perímetro del polígono. A nuestra derecha, y como a unos cinco metros de distancia se encuentra el lateral de la nave de color azul, o eso parece, cuya fachada principal hemos pasado hace un momento.

Apaga las luces, ordena. Este es el plan, continúa con una cara de espía rusa que surgió del frío que me borra las ganas que me han entrado de cantarle "poligonera de mis amores" al estilo Raphael. Os juro que ahora mismo le haría competencia a la mismísima Lara Croft.

Tú te quedas aquí en el coche y te vas poniendo esto, me pasa uno de los pantalones y una de las camisetas negras de deporte que lleva en la bolsa. Cuando veas que ese pequeño ventanuco se abre, seré yo, te acercas con cuidado de que no te vean y te cuelas por él.

¿Has estado aquí antes? Le pregunto pasmada de que tan solo cuarenta y ocho horas sin noticias de su nuevo flirt le hayan dado tiempo para idear, explorar y maquinar un plan de asalto en toda regla.

Levanta la mano haciéndome ademán de que no es el momento de pedir explicaciones.

Esto es muy serio, Maru. Articula con voz de alto mandatario en una Cumbre de Paz mientras se baja del coche con un forro polar en la mano que ha cogido del asiento de atrás. Espera y actúa, no me defraudes.

Cierra la puerta, se pone el forro y camina decidida hacia la entrada. La veo girar la esquina y desaparecer. ¿Qué va a hacer? Dios mío, me la imagino abatiendo al vigilante con unas llaves de karate aprendidas en algún cursillo acelerado este medio día. Me lamento por no haber metido un blister de valerianas en el bolso. Fijo la vista en el ventanuco. Pasa un rato. Pasa otro rato. ¿No está tardando mucho? Tamborileo con los dedos en el volante. Oigo un ruido que proviene del contenedor, me giro nerviosa. Por favor, por favor, por favor, que no sea una rata. Imagino una rata gigante saltando hacia el coche y corriendo por el techo. Agggg. Tranquila Maru, las ratas no existen, sólo salen en los cuentos y en las películas de terror. Respiro hondo. Cierro los ojos. Me acuerdo que debo de vigilar el ventanuco. ¿Está abierto o cerrado? No veo nada. ¿Cabré por el ventanuco? Estos meses me he descuidado y he cogido algunos kilitos. ¿Te imaginas que me quedo ahí atrapada? Respiro hondo de nuevo, una, dos, tres veces... Escucho. No oigo ruidos en el techo. No hay ratas. Tengo que salir de aquí antes de que lleguen. Vuelvo a mirar el ventanuco. Me doy cuenta de que está muy alto. Decidido. Voy a salir...
Agarro una de las linternas de la bolsa. Me desplazo hacia el lado del copiloto, está más lejos de los contenedores. Miro hacia fuera y compruebo que no hay nadie. Bajo del coche. Cierro la puerta. Corro más rápido que Tom Cruise en sus películas (¿habéis visto lo rápido que corre?, pues yo más, os lo prometo).

Llego a la pared de la nave y me pego a ella. Miro a mi alrededor. A unos diez metros del ventanuco hacia la oscuridad total descubro una pila de bidones de cerveza abandonados. Me acerco a ellos pegada a la pared. Cuando llego a la pila de bidones busco el más fácil de liberar del apilamiento. Veo que el más lejano está aislado. Lo levanto. Afortunadamente está vacío. Aún así pesa un poco. Camino con el bidón delante mío, agarrándolo de las asas, la postura da a mi caminar una especie de devaneo pingüinil. Aún así consigo llegar a la altura del ventanuco sin depositar el bidón en el suelo en ningún momento. Lo apoyo. Me subo de pié encima suyo, aún no sé ni como. Me agarro cual ave carroñera al alfeizar del ventanuco, sin mirar al suelo. No me fío de mi vértigo ni a medio metro del suelo. Pego la cara al ventanuco, para ver si veo algo. Está asqueroso, no se ve nada.

A los dos minutos, es decir, unas quince respiraciones hondas, más o menos, veo una luz que se acerca. El ventanuco se abre. Vislumbro la cara de pánico de Mel que pega un salto hacia atrás, al tiempo que se le cae la linterna.

Joderrr Maru, grita susurrando mientras se levanta del suelo, recoge la linterna y se acerca a ayudarme.

¿Por qué has tardado tanto? Le digo mientras me precipito de cabeza al interior de una sala llena de estanterías. Cojons, qué frío hace aquí.

¡Baja la voz!. Me amonesta, susurrando, siempre susurrando. Me he tomado el café con unas chicas que me he cruzado cuando pasaba a la altura de la máquina.
¿Pero como has entrado?
Pues por la puerta.
¿Cómo por la puerta?
Por la puerta, he dicho buenas noches y he pasado, como si viniera a trabajar.
¿Y por qué puñetas entro yo por la ventana?
Joderrr Maru, porque no has sabido mentir en tu vida y no eres capaz de colarte ni en una jornada de puertas abiertas. Y ahora calla y deja de temblar...
Ya podías haberme dejado a mi también un forrito polar que esto parece una nevera.

Maru, esto es una nevera gigante, aquí guardan comida preparada. Me dice como si fuera estúpida por no saberlo. Estás hecha un asco, tienes la cara negra y toda la parte de detrás llena de polvo, concluye tras dar una vuelta a mi alrededor enfocándome con su linterna. Se pone a darme palmadas por la espalda y el trasero, para limpiar mi ropa o para vengarse del susto que le he pegado, quién puede saberlo.

Ahora me vas a seguir en silencio, sé dónde guardan las ensaladas. Me callo y obedezco. Que levante la mano el que se atreva a contrariar a Lara Croft en mitad de una misión.

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