Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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jueves, 22 de agosto de 2013

Surrealismo daliniano al pie del Reina Sofía


No hay nada como apearse de la tranquilidad serrana y bajar a Madrid para empezar a vivir experiencias surrealistas. Y si encima estas ocurren alrededor de uno de sus genios, mejor.

Ayer, después de cumplir mi compromiso de acercarme a por una copia del documento del día anterior (ver post previo) quedé con mi amiga Pi, fotógrafa de alma nipona, para ver a Dalí. Eran las 12:10 de la mañana, el sol apretaba como sólo sabe hacerlo el astro rey en la canícula madrileña.

La cola bajaba las escaleras y la calle Santa Isabel hasta la plaza del Emperador Carlos V, tres cuartas partes de ella a pleno sol. No soy muy buena con las distancias, pero os diré que el recorrido externo de la misma nos tomó cerca de hora y media. Como integrantes de la misma, gentes llegadas de todos los puntos del universo mundo.

A mitad de trayecto una de las informadoras del museo nos avisó, "están repartiendo entradas para las tres de la tarde, a ustedes les tocará el pase de las cinco o el de las cinco y media". De acuerdo, ningún problema, nos dijimos Pi y yo que ya teníamos previsto comer por la zona. Así que ahí seguimos, al borde de la lipotimia, pero con la feliz promesa de que no acabaría el día sin ponernos, por unas horas, los ojos de ver el mundo de Dalí.

Ilusas de nosotras, tres cuartos de hora después, al borde mismo de la puerta exterior del museo (aún debía haber otras cincuenta personas delante hasta llegar a la taquilla), otro de los informadores del Reina Sofía nos dice con toda alegría que no quedan entradas. ¿Perdona? ¿Por qué no avisáis antes? ¿No podéis calcular que hay un millar de gente esperando y que las entradas están tocando fondo?

Respuestas con evasivas: el aforo es limitado, somos poco personal, yo no sé el número de entradas que quedan después de las compras por internet (pues vaya programa informático de KK que tenéis en el museo), me he paseado por la cola y lo he dicho. No, no lo has dicho, lo siento, mi última información es que mi pase sería hacia las cinco de la tarde y el museo cierra a las once y no he visto ninguna deserción a mi alrededor en ningún momento.

Aún así me quedo en la cola, pienso llegar a la taquilla y exponer mi "problema". Respiro, huyo del enojo y pienso en comunicación no violenta. Cuarto de hora después, cuando por fin alcanzo mi taquilla pregunto amablemente: ¿Alguna solución para nosotras?, hemos venido hasta aquí, tarjeta de desempleado entre los dientes para tener derecho a ver la exposición gratuitamente, ¿me puedes dar entradas para mañana?. Si las pagas sí, me contesta la taquillera.

Desilusión ante las taquillas. Foto de Lunapolux
Mira tú que bien, resulta que puedo conseguir entradas para el día siguiente, pero tengo que renunciar a mi derecho de entrar gratis al museo por ser desempleada, o bien personarme todos los días a doscientos metros de la puerta y probar si hay suerte (Internet no admite tampoco la opción de entradas para aquellos que tienen derecho a la gratuidad). Vale, son ocho euros, pero mi sentido de la justicia me dice que esto ya es una cuestión de honor, así que lo único que me queda es pedir el libro de reclamaciones.

Injusto, desorganización, imagen pésima ante los turistas... ¿Soluciones? a mí se me ocurren muchas: Calcula el número de entradas que quedan, compáralo con la cola y avisa a la gente antes de que se expongan al desmayo durante más de una hora, reparte papelitos simbolizando la entrada hasta que se agoten, contrata más gente si es que el problema es la falta de personal como indicaban los empleados (yo me ofrezco), da entradas para el día siguiente... Gestionas un museo... crea, imagina, busca soluciones...

Y para INRI del surrealismo, las pantallas sobre las taquillas no dejan de avisar que el pase gratuito (al que tiene acceso cualquier persona) se inicia a las 19:00 y que esas entradas se recogerán desde diez minutos antes de dicho pase... demasiado surrealismo para mi, soy incapaz de imaginar como se desarrolla tan peregrina propuesta.

Aún así yo os digo, la exposición acaba el día dos y esta reportera se las ingeniará para contaros el número de relojes reblandecidos (algunos por la exposición al sol de los visitantes, no hay duda) que hay en el interior del Reina Sofía.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues yo fui el lunes día 12 y sólo tuve que esperar 45 minutos, me dieron pase para las 11:30 y a esa hora ya no había casi nadie haciendo cola en la calle (por lo que se veía desde el ascensor, aunque también estuvo lloviendo un ratito).
Claro que la información que dan en internet para la adquisición de entradas gratuitas a desempleados no es la misma que te dicen allí, sólo se pueden "comprar" las entradas en las taquillas de la entrada Sabatini (en la cola de la izquierda de las escaleras).
Pero una vez que entras a tu hora (no vayas 5 minutos antes que te hacen esperar en la puerta del ascensor que es como un invernadero) puedes disfrutar de las maravillas de Dalí, si el mogollón de gente que ha entrado contigo te deja andar por las salas. Menos mal que el acceso es controlado sino....
Es una pena que una exposición tan importante y tan completa sólo esté en España 3 meses.
Yo pensaba volver a verla porque hubo algún documental que no pude ver entero, pero si han cambiado tanto las cosas, no sé si atreverme.
Suerte para los que aún no habeis tenido el placer de contemplar unas obras tan EXTRAORDINARIAS, no os lo podeis perder.

Anónimo dijo...

Doy fe de lo ocurrido ayer ante las puertas del Museo, soy Pi la amiga con alma nipona, fué incluso denigrante me sentí extraña en mi propio País y en mi propia ciudad, me dió vergüenza tal imagen de uno de nuestros Museos Principales.
Y sobre todo la pena de no haber podido entrar y ver la Exposición.
Esto no me ha pasado nunca en ningún País y he visitado algunos de los más importantes Museos del
Mundo.
¿Decepcionada? Si mucho.
Buenas tardes.

Maruxiña dijo...

Gracias anónimo, me alegro de que entrases y de que la exposición te gustase. A mi tu comentario me anima a volver a ir.