Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

jueves, 22 de enero de 2015

Clases


El trabajo de parada es de todo, menos rutinario. Una tiene que atender varios frentes: buscar trabajo; buscarse las castañas; definir objetivos; establecer prioridades; seguirse formando para alcanzar esos objetivos; sacar tiempo para el ocio sin que la culpa te atormente, ocio lo más baratito posible, claro; compaginar voluntariado...

Vamos, que una no para, al tiempo que se pregunta si estará aprovechado de manera positiva todas las horas del día. Lo bueno, claro, es que concentras tu energía en aquello que te gusta, que en definitiva es lo que te da la vida.

Hay días en que te levantas con la moral un poco más baja; piensas en tu cuenta bancaria y en los pagos que están por venir y las mariposas de tu estómago se convierten en murciélagos que empiezan a revolotear en tu estómago golpeando las paredes a porrazo limpio. Sacudes la cabeza, está prohibido dejar que el lado oscuro inunde tu cerebro. Terminas de desayunar, te preparas y te lanzas a la calle, hoy toca ir a ver a los chicos.

Nada más entrar allí, algo cambia. Son valientes, detrás suyo han dejado un pasado lleno de sombras, creen en su siguiente oportunidad, luchan por ella. Recuperan sus estudios, algunos tras varios años de vacío y de rumbo incierto. Cada uno en una mesa se organiza para dedicar un par de horas a la asignatura que tienen programada para ese día. Normalmente, suele haber más voluntarios y miras quién ha quedado libre. Este día solo estás tú, así que te ves demandada, te sientas con aquél que se ha adelantado para reclamar tu presencia; pero intentas dedicar un ratito corto a algún otro que ya conoces para preguntarle qué tal lleva esto o aquello.

Me encanta, practican la escucha de una forma que ya quisiéramos algunos. En sus silencios, notas que valoran el tiempo que les dedicas y, en sus preguntas, te das cuenta de que están reflexionando sobre el tema, relacionándolo; no solo con otros conocimientos, sino con su forma de entender la vida. Están aprendiendo, tienen la clave: la motivación, las ganas de aprender, la curiosidad.

También tienen sus días malos, claro. Días en que se han peleado con el mundo. Llegas y te encuentras a uno al que el educador le impone tu presencia, a pesar de que ese día ha decidido que no estudia (tiene otros asuntos, otras emociones metidas en el cuerpo). Te sientas, empiezas a leerle el tema. Como eres una rollera, vas haciendo comentarios y reflexiones sobre el mismo. Empiezas, sin tenerlo calculado, a hacerle preguntas. Te contesta (¡guay!, piensas y celebras por dentro) y, no sabes como, terminas dialogando de vida, oportunidades, neuroplasticidad, posibilidad de cambio, elección...

Es mágico. Ese intercambio comunicativo, el mundo de posibilidades que es entrar a una clase, el sentido de cada conversación, las caras del alumno, lo que aprendo en cada una de ellas, la paz con la que salgo, el entusiasmo... ¡Ay, madre, si no tuviera que comer, me pasaría el día dando clase by the face y no me faltaría el trabajo! ¿Por quéeeeeee? ¿Por qué os tuvisteis que comer esa manzana?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Querida profe, me he atascado con una expresión perifrástica y no consigo desmontarla, me podría dedicar unos minutines con unas cervecillas delante y le damos al coco un rato? suya siempre la que le soltó un manzanazo al Newton.