Es curioso, por mucho que des rodeos en tu vida, todo te acaba reconduciendo a aquello que te mueve. Será que forma parte de tu esencia.
Crecí rodeada de historias y de libros. Primero me los contaron mis mayores, una y otra vez, historias archiconocidas o cuentos inventados. Los cuentos son el mejor aliado de unos progenitores que tiene que dar de comer, acostar, consolar o hacer largos viajes con seis enanos alborotadores.

Me dormía imaginando que era la sexta de los cinco, inventando nuevas aventuras, en busca de tesoros, bebiendo cerveza de jenjibre y paseando por prados verdes o páramos húmedos. Jugaba a Pippi en el colegio y a los kioscos de prensa con mis hermanos. Pronto empecé a contarles cuentos a los pequeños, en casa hemos sido todos un poco cuentistas. De mis hermanos pasé a mis sobrinos, y así me convertí en la tía cuentacuentos (¿qué mejor título?).
Dudé entre historia, filología o periodismo. Opté por lo último y mi curiosidad innata se vio recompensada. Años después me marqué un curso de postgrado de promoción de la lectura. En mi primer parón de desempleada se me cruzó en el camino un curso de dinamización infantil que, además de ser bálsamo reparador, me vino como anillo al dedo. Disfruté de unas prácticas en uno de los mejores colegios públicos de Madrid.
Por capricho, en un momento dado, me apunté a un curso de cuentacuentos y me sentí grande contando delante de un público aquella historia para adultos sobre un crucero, el apuesto italiano Marco, y dos gemelos grandes, enormes, alemanotes, escrita por mi misma.
A pesar de todo, en aquella ocasión no fui capaz de aprovechar a tope la oportunidad y me busqué trabajos "serios" para ganarme la vida. Afortunadamente, llegó febrero amigo de 2012 y abrí de nuevo las puertas del jardín. Me quité los zapatos y caminé descalza por el parque, buscándome a mi misma, haciéndome más grande, más segura, más yo...
Un año y medio después, aquí me tienes, rodeada de cuentos infantiles, imaginando mis talleres de agosto, feliz y convencida, de que esto soy yo. Palabras, historias, ilustraciones, imaginación, intercambio, curiosidad, comunicación, letra impresa, papel en blanco, colores, lápices, ganas, ilusión, magia...
Y además ahora sé, o he vuelto a comprender, que el truco está en buscar, intentar, perseguir, atreverte y, desde luego, no desistir...