Iba yo por la calle ayer tarde,
cruzando miradas con los viandantes, pensando que no es que me haya vuelto sexy
de repente y los hombres me miren, sino que vuelvo a tener mi energía en su
punto y los sentidos alerta: cuando vas mirando notas las miradas ajenas, intercambias, las
personas que te cruzas dejan de ser “gente” y son eso personas, cada una con su
historia, su mundo y su energía.
Os decía que iba yo ayer tan
happy por la vida cuando pase junto al puesto de Manises de la plaza. “Prueba,
tienes que probar” –me dijo el manisero- “aunque no compres hoy” y se encaminó
hacia mí con una bolsa de papel abierta. Me paré puse la palma de mi mano
mirando al cielo y él echo en ella un puñadito de avellanas, almendras y manís
garrapiñados.
Hablamos de marketing y de los
tiempos que corren, y fue él el que me recordó que da igual los tiempos que
corran, que hay que pensar en positivo y compartir. El manisero, después de
presentarnos, se despidió de mí sujetando mi mano entre las suyas y mirándome a
los ojos.
Naturalmente, en ese interludio
de tiempo le compré una bolsa. Quizás ese fuese su objetivo, pero yo me fui de
allí diciéndome de nuevo que la gente me gusta. Me gustan estas absurdas
historias sin contenido llenas de contacto humano.
Sí, me diréis algunos, pero te
vendió la bolsa. Marketing del corazón, os diré yo. Me vendió la bolsa con
cariño y mimitos, ojalá todos trabajásemos y viviésemos de esa manera.
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