Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

viernes, 16 de marzo de 2012

Díselo con flores


¿Quién sabe qué puede ocurrir un día cualquiera? ¿Cómo adivinar, mientras despiertas bajo la alcachofa de la ducha, que ese día va a ser especialmente florido?
Quizás la luz del sol de marzo se lo podía haber murmurado, o la alegre algarabía de la terraza en que se sentaron a desayunar, sin duda un aviso fue que Irene se parase porque había encontrado la maceta ideal que le faltaba en el balcón. 
¿Cómo dices que se llaman? le pregunto Sara ¿Ciclamen? y ante el asentimiento de Irene repitió para sí varias veces el nombre de la flor, desconocido hasta entonces para ella.
Tan desconocido -u olvidado en este caso- como el sentimiento de libertad que le había recorrido el cuerpo una hora antes, cuando se decidió a llenar la bolsa de deportes con sus cosas, cerrar la puerta de aquel apartamento dejando aposta las llaves dentro y bajar volando las escaleras. Volando, no porque fuese deprisa, sino porque literalmente el espíritu se le escapaba del cuerpo con tanta fuerza que lo levantaba en vilo.
Sentada en la terraza, mirando a Irene, a la que a penas había visto en el último año, cuando antes lo raro era no encontrarse casi a diario, Sara sitió la primera punzada de indecisión. ¿Se mantendría en sus trece? ¿Era cierto que había roto por completo con esa relación que tanto la anulaba?
Y entonces, delante de sus ojos, una mano dejó sobre la mesa dos tréboles de cuatro hojas plastificados. Irene, que había adivinado el ramalazo de indecisión de Sara, se apresuró a repartirlos y a buscar en el bolso una moneda de dos euros.
Son de Santiago de Compostela, y si os fijáis, ambos están picados por el gusano de la suerte, dijo el hombre después de agradecerles la compra. Ambas sonrieron y añadieron alguna frase para celebrar su buena fortuna. ¡Bienvenidas a la trebolución! se despidió el peregrino guiñándoles un ojo.
Pero aún no habían terminado las ofrendas florales. Dos horas después, cuando Sara volvía del super de la esquina de comprar algo con que llenar su abandonada nevera -menos mal que no se había decidido a dejar el alquiler e irse a vivir definitivamente a su casa, como le pedía Pablo casi a diario desde hacía seis meses- un sonriente joven le regaló un pequeño cactus. Acabamos de abrir, al final de la calle. El chico señaló con su índice la puerta de la nueva floristería.
Sara entró en el portal sonriendo, subió al cuarto y dejó en la mesa de su cocina la compra y el cactus. Salió de nuevo y bajó al tercero a recoger su bolsa, que Irene había subido para que no fuese cargada al super. Cuando ésta abrió la puerta le contó lo del cactus. Está visto que hoy es un día totalmente vegetal, terminó.
Y que lo digas, contestó Irene y con su familiar y acogedor tono irónico añadió, sobre todo teniendo en cuenta que te acabas de quitar de encima un capullo. Y Sara encontró otro sentido a la estúpida frase que Pablo repetía con tono aniñado cuando se obstinaba en quedarse en casa una noche más, sin salir, sin ver a nadie: se está mejor en casa que en ningún sitio.
Se está mejor en casa que en ningún sitio, repitió riéndose mientras abrazaba a Irene y la empujaba hacia dentro dispuesta a no volver a su piso hasta que su vecina le pusiese al día de todo lo que se había perdido en esos seis meses.

Mira R., resulta que Irene y Sara debieron de seguir nuestros pasos el otro día. Y es que en Madrid, llovían flores el jueves y el hombre de los tréboles repartía suerte y pregonaba en pro de la trebolución. Y a mí me debió de agarrar la mano el gusanillo, no sé si el de la suerte o algún otro burlón, y cuando me disponía a elogiar al peregrino "trebolero" sobre mi libreta se aparecieron Irene y Sara. ¿Y qué iba a hacer yo?

4 comentarios:

La cuerda 3 dijo...

Fantástica asociación de ideas y de vegetales!!! vivan las flores, los tréboles y los ciclame y sobre todo viva tu imaginación!!

Anónimo dijo...

Lo he tenido que leer cuatro veces para ver quién dejaba al capullo de Pablo si Irene o Sara. Hoy estoy demasiado espesa y me he acabado enredando en tus interminables subordinadas. Tu insufrible C.

Maruxiña dijo...

Insufrible C. (parece el seudónimo de un consultorio sentimental), espesa o no, se agradece que busques el principio y final de mis interminables subordinadas hasta encontrarles sentido. Te diría que para la próxima practicaré más el punto y seguido, pero ¿para qué engañarte?.

Anónimo dijo...

Rebelle et incorrigible.