Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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domingo, 20 de julio de 2014

La frase de Sus


Que este no iba a ser un verano cualquiera era algo que se mascaba en el aire. Sin saber muy bien por qué, se intuía misterioso, angustioso, enrarecido... Eso había dicho mi hermana antes de salir de casa aquella mañana. Una frase que no cuadraba con la cara de diversión con la que atravesó la puerta de la calle para dirigirse a sus "clases de cocina a distancia". Buena pesca, le dijo mi padre y luego soltó una carcajada. Desde ese momento hasta las tres de la tarde mi ingeniosa hermana se dedicaría a recorrer la urbanización, introducir su tenedor extensible por cada ventana de cocina abierta que encontrase y birlar, sin que los incautos cocineros lo advirtiesen, cualquier pieza culinaria a su alcance. No es que pasáramos necesidades, simplemente había que continuar la escalada de bromas familiares que desde la pasada Navidad había adquirido tintes insospechados.
Yo desde luego, nunca pude intuir que me afectaría de una forma tan cruel y directa; aunque es cierto que un estremecimiento me recorrió cuando Kike propuso pasar las vacaciones con mi familia. Jamás se me hubiera ocurrido animarle a que se uniera a nuestra tradicional semana de vacaciones familiares. Fue él quien tuvo la idea. Su gesto estaba cargado de simbología, era una declaración de amor, la consolidación de nuestra relación. Después de tres años viviendo a caballo entre su apartamento y el mío, ese invierno habíamos dado el paso de alquilar un piso juntos y despedirnos de nuestra independencia.
Kike había evitado nuestra semana de vacaciones hasta entonces y yo no había insistido demasiado. La vida, y varias amistades perdidas en el camino, me habían demostrado que el sentido del humor de los Bonilla no estaba hecho para todo el mundo.
Kike era el hombre casi perfecto, y ese casi lo hacía totalmente perfecto, porque a mí nunca me ha gustado la perfección. El único problema que tenía Kike era que no sabía soportar las bromas y eso en mi familia era un gran handicap.
Lo que sí había sufrido y superado Kike había sido el último fin de año, a base de lexatin, eso sí; lo que unido al alcohol que había consumido a lo largo de la cena nos permitió perdernos el broche final. Pues cuando a mi hermano Luis se le ocurrió tirar un petardo al váter, nosotros ya nos habíamos ido. Creo que la que se lió fue gorda y en cierto modo me dio rabia habérmela perdido. El administrador llamó a la policía y papá, con su don de gentes y su cara de inocente, convenció a los agentes de que aquello había sido una explosión fortuíta debido al mal estado de las cañerías del inmueble y a la sobrecarga de trabajo que tenían que soportar esos días.
La comunidad se hizo cargo de la reparación y el presidente se vio obligado a dimitir, gracias a las protestas de los vecinos más polémicos del edificio, a los cuales papá se había encargado de soliviantar en visitas privadas. Papá grabó la reunión y luego nos preparó un megamix con los momentos más calientes, lo que nos hizo reír hasta la extenuación. Lo mejor de papá es lo serio y correcto que es capaz de ponerse cuando gasta una broma; siempre parece que no ha roto un plato y que en realidad está allí para solucionarle la vida a la gente.
Lo del petardo era difícil de superar, sobre todo teniendo en cuenta que la abuela estaba arreglándose el moño en ese momento. Dicen que la dentadura seguía riéndose sola cuando cayó al suelo. Desde ese momento las bromas familiares fueron creciendo en intensidad y todos competían por superar al anterior.
En mayo, Paula, mi sobrina, falsifico sus notas, sustituyendo sus tres MH por tres MD. Llegó a casa hecha un mar de lágrimas. Jaime, mi cuñado, no se lo pensó dos veces y al día siguiente se presentó en el colegio dispuesto a vengar a la niña de sus ojos. Irrumpió en la sala de profesores sin que nadie pudiera detener su camino y se encaró directamente con el profesor de matemáticas. Un alumno de Bachillerato y el profesor de Educación Física lograron reducirle y hacerle entrar en razón. Cuando descubrió la verdad, en lugar de enfadarse, le entró un ataque de risa y corrió a casa, orgulloso de su ingeniosa hija. Jaime siempre se adaptó sin problemas a las peculiaridades de la familia, parecía que había crecido entre nosotros y no en casa de ese militar de la vieja escuela, serio y estricto, que no nos puede ver ni en pintura.
En ese clima de superación humorística, iniciamos las vacaciones en la playa. Kike, relajado y con buen talante, soportó sin problema las bromas de los más pequeños: sal en en el café, arena en la mantequilla, la desaparición de sus calzoncillos... lo típico. Incluso, logró disimular la poca gracia que le hacían los comentarios sarcásticos de mi hermano y mis cuñados, que se cebaron sobre todo con su trabajo como bombero forestal, no me preguntéis por qué. Pero cuando al tercer día se metió en la cama desnudo, convencido de que yo le espera ya acostada, y se encontró a la abuela en mi lugar toda la tensión de aquellos días estalló. Kike metió en su maleta la parte de su ropa que pudo encontrar y desapareció de mi vida.
La abuela me pidió perdón mil veces, me dijo que había sido Andrés, mi sobrino mayor, el que le había dicho que aquella noche toda la familia había decidido cambiar de habitación, por orden expresa de mi hermana Sara que aquel otoño había comenzado estudios de Feng Shui. Le dije que no se preocupara, sin hacerle mucho caso y llegué a la conclusión de que con esa familia que me había tocado en suerte no me quedaba más remedio que terminar mis días sola o encadenada a cualquier ser tan ingenioso e insensible como ellos, lo que me puso la piel de gallina.
Habían pasado ya tres días desde aquello. Estaba tumbada en la hamaca del jardín. Mi hermana había vuelto hacía diez minutos de su colecta con una bolsa repleta de comida por la que asomaba un muslo de pollo, me había dicho que me iba a preparar una comida que me quitaría todas las penas. Cerré los ojos. Me disponía a iniciar una meditación, cuando el ruido de un motor me hizo abrirlos de nuevo.
Como en una pesadilla vi una avioneta sobrevolar la casa de verano de mis padres y descargar un depósito de agua enorme sobre el tejado. Se oyeron gritos y en menos de un minuto varios muebles, una riada y toda mi familia, entre gritos, se precipitó al exterior por puertas y ventanas. No acertamos a comprender qué había ocurrido hasta que oímos una risa forzada.
Kike, apoyado en el coche a lo Richard Gere, me esperaba. No me preocupé ni de subir a por la maleta, me lancé a su cuello, le besé con pasión y nos metimos en el coche. La abuela fue la primera que comenzó a aplaudir, le siguieron los demás miembros de la familia, todavía con cara de sorpresa. Kike empezó a reír de nuevo, esta vez con una risa incontenible y contagiosa. Le miré y entonces dijo: "me gustaría estar allí cuando tu padre reciba la factura".

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No está mal. Espero impaciente el próximo relato refrescante con "la frase de cris". La mujer que flipó con los globos de su amiga.

Maruxiña dijo...

Dalo por hecho, es mi próxima misión

Anónimo dijo...

Jaaaaajajajaja me parto la caja!!!