Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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viernes, 18 de abril de 2014

Gabo y yo


Igual ya os lo he contado, pero os lo cuento de nuevo. Yo tuve una profesora, allá por BUP de ideas retrógradas que escenificaba el alegre milagro del caudillo, el cual consiguió enganchar a España en el trenecito del avance económico, por la cola, en el último momento. Era una imagen que le encantaba, aquella del trenecito que se marchaba y al que, ya andando, se ensartaba en último lugar el vagoncito, rojo y gualda, marca España. La repetía curso tras curso. También presumía la mujer de dos hijos maravillosos, chico y chica, perfectos e inteligentes, que no digo yo que no lo fueran, pero que de tanto cantar su madre sus virtudes te caían mal a simple oído. Nos explicaba Historia desde el punto de vista de los vencedores y en el plano literario nos tachaba (no había que estudiarlo) a Cernuda, por rojo, calificaba a Alberti de simple y no eliminaba a Lorca del temario porque quitar a Lorca es como explicar la Literatura española y pretender que Cervantes no existió.

A pesar de estos antecedentes, a la buena señora le debo mi primera incursión por Macondo y el descubrimiento del que por muchos años fue mi autor de cabecera. Un día cualquiera se le ocurrió a la mujer hablarnos de esa novela absurda que, según ella, trataba de una familia de incestuosos cuyos descendientes acababan convertidos en cerdos. Una estupidez, decía ella con su acento andaluz, que había dejado pasmados de espanto a sus inteligentes hijos, los cuales no entendían nada de ese ridículo libro. Ay, A.M., no sabes con que placer me adentré a conocer el hielo siguiendo al coronel niño, solo por mi convicción de que allí lo único que encontraría ridícula sería tu crítica desdeñosa. Me lanzaste de lleno a lo que entonces se llamaba el "boom" hispanoamericano, me dejaste huella sin quererlo tú y sin quererlo yo, quién me lo iba a decir.

Nunca dejaré de darte las gracias por arrojarme al encabalgamiento subordinado de Gabo, a los nombres melodiosos y llenos de significado de sus personajes, al abracadabra de su realismo mágico. Guardé mi descubrimiento en un rinconcito en mi estantería y fui sumando títulos, hasta tenerlos todos. De todos ellos, sin desmerecer ninguno, me quedo con la Cronica de una muerte anunciada y con mi querida, Increíble y triste historia de la Cándida Erendira y su abuela desalmada.

Yo quería ser Gabo, ser su pluma, escribir largas frases y convertir la realidad en cuento, en magia. Empecé a escribir imitándolo, igual que de niña me había inspirado en Gloria Fuertes para escribir poemas simplones sobre conejos que se perdían y gatos que perseguían perros. Sí, Gabo fue el ídolo de mi juventud. Siempre fui un poco clásica: mi actor favorito era Cary Grant, mis actrices preferidas las dos Hepburn, escuchaba rancheras y boleros (es que a mi la América Hispana me robó siempre el alma), una hipster de 1940, vamos.

También he de reconocer que muchos años más tarde discutí con Gabo, pasa en todos los grandes amores. Aquel Vivir para contarla me pareció la biografía más tomadura de pelo del mundo. Sosa y aburrida. Después de ello, me negué a seguirle tras un título tan poco afortunado como Memorias de mis putas tristes. Sí, poco a poco, ya desde antes de nuestra disputa trágica, le fui infiel a Gabo con otros autores, sumando otros libros a mi lista de preferidos.

Pero el primer amor nunca se olvida, Gabo nunca ha dejado de tener ese rinconcito de mi estantería, donde guardo sus libros, uno junto al otro, donde rindo tributo al hombre que me abrió los ojos a la magia de la literatura hispanoamericana.

Gabo me quedo con tus más de mil páginas mágicas y tu fascinante Macondo, para seguir leyéndote y perderme de cuando en cuando.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Je te lis et il me semble que je parle avec un personnage de "au bon roman".