Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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lunes, 11 de julio de 2011

Inercia explosiva

Ayer mi amiga K nos contó que su primo había decidido separarse. Es algo que no ha sorprendido demasiado a su círculo más cercano, pero sí la manera en que ha ocurrido. Parece que después de muchos años de seguir la inercia de algo que no funcionaba, él ha tenido que conocer a alguien y empezar una nueva relación para tener la valentía de hablar con su mujer y decirle que ya no la quería.

Por casualidad, últimamente me persiguen las casualidades, esta mañana me encontré con P. Es un antiguo conocido de alguno de mis amigos, no recuerdo bien cual de ellos. El caso es que como vivimos en el mismo barrio, durante muchos años hemos coincidido algunos sábados y domingos por los mismos bares a la hora del aperitivo. Así que llegó un momento que cuando aquello ocurría, con toda la naturalidad del mundo, fusionabamos grupos y acabábamos tomándolo juntos. 
P. y su mujer son -¿debería decir eran?- una pareja curiosa, pero encantadora. Ella disparaba las palabras con metralleta, y mucho salero, mientras que él, de aspecto apocado, tímido y poco atractivo, la verdad, asentía por detrás de su hombro mientras se parapetaba tras su caña o encendía un cigarro. P. caminaba con los hombros caídos, tenía la típica barriga de treintañero, casi cuarentón, que ha bebido mucha cerveza y sólo recuerda lo que es el deporte porque en este país es imposible no oír hablar de fútbol al menos una vez al día, y portaba vestuario más que clásico, anodino. Podría haber sido el protagonista de cualquier relato sobre hombres abúlicos que arrastran los pies. Pero en el fondo P. tenía algo que a veces se descubría en el fondo de sus ojos cuando te saludaba sonriendo.
Hace meses que no coincidíamos con P. y su mujer. Cosa que nos extrañaba bastante a todos. Hace unas semanas Maruchi se encontró con T., su mujer, quien le contó que había superado una grave enfermedad y en el curso de la conversación acabó saliendo a relucir que durante la misma su marido la había dejado.
Maruchi se quedó tan boquiabierta como me quedé yo, pero no tanto como me he quedado esta mañana cuando me he encontrado con un P. delgado, atractivo, con aspecto de jovenzuelo que está descubriendo lo que es la vida, pantalones casi-casi perriflauta, y mirada seductora, ese algo que tenía antiguamente en el fondo de la mirada y que de algún modo me ha permitido reconocerle cuando me ha llamado "Mel" (eso sí, me ha costado un rato).

Con el relato de K todavía en primera plana de mi pensamiento, en ambos casos pienso que el error no está en la infidelidad, ni en el abandono, sino en la cobardía. Ninguno tuvo en su momento la valentía de ponerse delante de su pareja  y confesarle que quería vivir otra vida. Al final han estallado, como una botella de champán mal cerrada, llevándose todo por delante, haciendo mucho más daño del necesario. A la primera la han dejado por otra, a la segunda la han abandonado en el momento más difícil de su vida, y esa es la impresión que les quedará, al menos durante algún tiempo (abandono, daño, traición, desengaño...) ¿Era eso necesario? Ambas eran parejas que arrastraban una situación irreal desde hace años, una reacción a tiempo habría minimizado los "daños colaterales". 
Para sorpresa de muchos esto no genera en mí una reacción anti-hombres (aunque sí creo que las mujeres somos más "empáticas" y antes de llegar a situaciones de este tipo la mayoría saca el valor de debajo de las piedras para decir adios muy buenas, y sé que los habrá que me cuenten historias en sentido contrario, vale, que también las hay, pero creo que son menos), sino una reflexión sobre la tendencia humana a dejarse llevar por la inercia y cerrar los ojos por cobardía. (Y el que quiera que tire la primera piedra...)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno pues yo tenía una prima adoptiva que dejó a mi primo carnal, que no es ese con el que me casé hace tiempo sino otro que se parece mucho a Ignatius Reilly. Como te decía esa prima mía se lío la manta a la cabeza a lo María Tecún y se arrojó en los brazos de otra. Eso, como la tendinitis del hombro, todavía no he llegado a superarlo aunque como empática que soy y femenina al máximo la entiendo de P a P (¡¡¡Pepa, que gracia!!!)aunque no comparto sus gustos últimamente, puestas a cruzar el charco, yo me iría de parranda con Scarlett Johansson ¿no?.

sus dijo...

Hace mucho tiempo conocí a una perriflauta, Linda se llamaba,, que vagaba por el barrio acompañando a un hombre bebedor y mala persona.
Siempre me pregunté que hací ella con él y creo que ella también lo hizo cada día que pasó con él.
Un buen día Linda abrió la boca y dijo, me largo, se dió media vuelta y se fue.

El hombre, bebedor y mala persona, murió a la semana siguiente.

Linda, conoció a otro hombre, bebedor pero buena persona. Y comenzó a componer. Linda convirtió su esquina de Serrano en el mejor rincón musical de Madrid y vivió dando cobijo a todos los que la querían. Tan sólo le bastaba con ver una sonrisa para saber quienes eran.

Anónimo dijo...

Un día conocía a un panadero sólo de magdalenas. Se empeñó en esa especialidad, y claro, se arruinó. Las magdalenas se pasaron de moda. La mujer siguió con él a pesar de todo, y montaron un estanquito. Me refiero a un estanque muy pequeño, un charco negruzco en el túnel de Recoletos. Viven muy felices.