Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

domingo, 17 de mayo de 2020

Sin palabras


En la casa de Herrén de R pasamos largas sobremesas, casi a diario, durante muchos veranos. En invierno, aquello se podía convertir en pensión completa. El número de personas podía ir in crescendo, a medida que llegabamos los amigos de alguno de esos cuatro hermanos de nombres bíblicos, para acabar todos muchas veces revueltos compartiendo mesa, cafés, aperitivos y juegos. Allí echamos largas partidas de cartas, sostuvimos encendidas conversaciones, nos reímos a carcajadas, discutimos a grito pelado, se iniciaron flirteos que culminaron o no, nos tomamos algunas copitas e incluso acabamos cantando más de una noche.  

A veces estábamos solos y ocupábamos la casa por entero, sobre todo en invierno, pero la mayoría de las veces N y MP, los patriarcas, estaban allí y nos cedían el jardín o el porche para nosotros solos o se apuntaban a la tertulia o a uno de los equipos y jugaban a las cartas, al taboo o a lo que se terciase.

La casa de Herrén de R era una de esas casas de familia numerosa donde entras un día por primera vez y al cabo de dos semanas te sientes tan cómodo como en la tuya propia, la clave está en la bienvenida calurosa que notas nada más entrar. Y una de las claves de esa bienvenida era la mirada chispeante y llena de cariño de N, la misma que me ha regalado a lo largo de estos años cada vez que me encontraba con él por el pueblo. Su mirada y el inefable "¿María, un pacharán?", porque N sabía que yo no me negaba nunca a probar su pacharán casero.

Hay miradas de la generación anterior -de esa generación que un día resulta que vamos suplantando poco a poco y a la que también poco a poco vamos diciendo adiós- que hablan por sí solas. Las recibes y notas el cariño, te hacen sentir bien y hasta un poco especial. Son miradas que no se olvidan y cuando las piensas te hacen sonreír. Creo que es una especie de ligazón intergeneracional, que se da dentro de las familias, pero también fuera de ellas. Hay un cariño especial que emana de la propia amistad, y así sientes cariño por los amigos de tus padres y por los padres de tus amigos, adoras a los hijos de tus amigos e, intuyo, aprecias a los amigos de tus hijos a los que además vas viendo crecer a lo largo de los años; al fin y al cabo es gente que quiere a la gente que tú quieres y la hace feliz. Magnes armoris amor, que dijo aquél.

Pues eso, que gracias N.

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