Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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lunes, 21 de octubre de 2019

Llamadme Maru K.

Yo, que soy voluble y cambiante, y que parece que llego siempre tarde a todo, decidí por fin un buen día que había encontrado mi lugar en el mundo y que ese lugar estaba en un aula lleno de adolescentes. Así que, ni corta ni perezosa, pasaditos ya los 40 me lancé a estudiar el máster del profesorado, porque la docencia no entró en mis planes hasta entonces y no había sido tan previsora como para estudiar el antiguo CAP.

Durante y después de mi máster del profesorado en la especialidad de Lengua y Literatura me enfrasqué en mis libros de idem e idem para refrescar y aumentar mis conocimientos sobre la materia, de cara a las clases y de cara a las oposiciones.

Después de un par de años dando clases de apoyo aquí y allá, pluriempleada unas veces de docente, otras de administrativa y otras de redactora freelance, llegó el gran día en que entré en un aula oficial. ¡Bien! por fin me vi, después de tantos años, en una profesión estable, que me gustaba y ponía emoción en mi día a día. Porque ser profesora interina en un instituto de la Comunidad de Madrid catalogado como de difícil desempeño es emocionante, cambiante, quizás estresante, pero muy, muy gratificante.

Lo que no me pude imaginar es que después de un curso completo como profe me tocaría seguir mi peregrinaje laboral, esta vez con una luz en el horizonte para no peder el norte, eso sí.

Porque una mañana me presenté en la DAT-Sur, citada para coger plaza e iniciar mi segundo curso como profe de lengua, para seguir aprendiendo y seguir creciendo. Iba yo más feliz que una perdiz, cuando la funcionaria que tenía que coger mis papeles me dió el alto: ¿Cuál es tu titulación? Periodista, contesté yo y pensé, con la burocracia hemos topado, amigo Sancho. Y aquí empezó mi peregrinaje como kafkiana ciudadana Maru K. Porque la ley es la ley, aunque esté redactada de forma muy ambigüa.

Resulta que los periodistas, que estudiamos una carrera que nos prepara para trabajar con la lengua, no podemos impartir una asignatura cuya descripción en el currículo de la Comunidad de Madrid, por poner el ejemplo más cercano, comienza de esta manera: "La materia Lengua Castella y Literatura tiene como objetivo el desarrollo de la competencia comunicativa del alumnado".

Este veto, que poco a poco se ha convertido en persecución y acoso y derribo del periodista docente de lengua, se remonta a un Real Decreto de 2010 que, apoyándose en el plan Bolonia, determinó que al ser nuestra carrera del área de ciencias sociales, carecíamos de la formación necesaria para impartir Lengua y Literatura. ¡Ay, si Larra, Pérez Galdós, Carmen de Burgos, García Márquez y tantos y tantos periodistas literatos levantaran la cabeza!

¿Y el curso pasado? Pregunté yo, mientras contenía las lágrimas de impotencia que se agolpaban en mis lacrimales. Eso fue un error, respondieron, y tan panchos se quedaron dejándome de nuevo en el paro. Pero menuda soy yo, que ya llevo más de medio Grado de Lengua y Literatura, que recurro hasta la alzada y más allá -y me ahorro el intercambio porque yo soy voluble y cambiante, pero ellos son caóticos- pero sobre todo, me declaro fan del Defensor del Pueblo, que ha entendido mis razones y pone un puntito de luz en mi peregrinaje kafkiano. ¡Ainsss!

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