Y es que, todo depende del balcón desde el que miras

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domingo, 24 de enero de 2021

Cuestión de orden

Demóstenes Plá y Araceli López se conocieron en la facultad. 

Demóstenes llegaba siempre quince minutos antes de empezar la clase, se sentaba en primera fila y con simetría rigurosa disponía sobre la mesa un montoncito de folios, tres marcadores de colores, dos bolígrafos Bic, un portaminas y una goma. Era capaz de esquematizar sus apuntes al dictado del profesor, en letra chiquitita y ordenada. El resultado de cada hora era una página que, en milimetrado diagrama, recogía y estructuraba en colores toda la lección. Un regalo para la vista.

Araceli conseguía, sin falta, colarse en clase tres segundos antes de que el profesor de turno cerrara la puerta. Se dirigía a la última fila, sacaba un montón de folios medio arrugados de su enorme bolso y una pluma con la que se llenaba los dedos de tinta a medida que avanzaba la mañana. Escribía en letra grande e inclinada, no carente de elegancia. Sus renglones terminaban medio centímetro más arriba de donde habían comenzado. Respetaba más o menos los márgenes, pero luego los relleneba con conceptos que se le habían pasado y que milagrosamente recordaba, de repente.

Él llegaba a la facultad en bicicleta. Ella en un viejo dos caballos con los asientos llenos de cosas que alegremente nos invitaba a tirar al suelo, para poder sentarnos, cuando nos acercaba de vuelta a casa.

Los unió el mus, en la cafetería. Tanto, que en Segundo conciliaron intereses y se hicieron habituales de las filas centrales del aula. El seguía llegando el primero, reservaba con su abrigo la silla más cercana al pasillo; se sentaba en la inmediata y colocaba sus utensilios. Cuando ella entraba la saludaba con la mirada, retiraba el abrigo y lo colgaba con cuidado en el respaldo de su asiento.

Al principio no dimos un duro por esa unión entre dos seres tan dispares en costumbres y siempre pensamos que el día que se fueran a vivir juntos aquello estallaría. Pero no fue así. El ordenado escritorio de Demóstenes convive sin problemas desde entonces con la mesa llena de libros y papeles de Araceli, al igual que las estanterías impolutas del primero y los cajones desastre de la segunda. Puedes llegar a su casa, sentarte sobre una pila de papeles y ver a Demóstenes derrapar para poner un posavasos antes de que apoyes sobre la mesa la taza de café que, sin plato, te trajo Araceli de la cocina.

No es tan extraño, me dice Araceli con un guiño, no somos tan distintos: él sabe desordenar mis sábanas y yo le ayudo a ordenar sus sentimientos.


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